(…) El « shabbat », día séptimo bendecido y
consagrado por Dios, a la vez que concluye toda la obra de la creación, se une
inmediatamente a la obra del sexto día, en el cual Dios hizo al hombre « a su imagen y
semejanza » (cf. Gn 1,26). (…)
El « día de Dios » tendrá así para siempre una relación directa con el « día del hombre ». Cuando el mandamiento de Dios dice: « Acuérdate del día del sábado para santificarlo » (Ex 20,8), el descanso mandado para honrar el día dedicado a él no es, para el hombre, una imposición pesada, sino más bien una ayuda para que se dé cuenta de su dependencia del Creador vital y liberadora, y a la vez la vocación a colaborar en su obra y acoger su gracia.
Al honrar el « descanso » de Dios, el hombre se encuentra plenamente a sí mismo, y así el día del Señor se manifiesta marcado profundamente por la bendición divina y, gracias a ella, dotado de una especie de « fecundidad »...
El « día de Dios » tendrá así para siempre una relación directa con el « día del hombre ». Cuando el mandamiento de Dios dice: « Acuérdate del día del sábado para santificarlo » (Ex 20,8), el descanso mandado para honrar el día dedicado a él no es, para el hombre, una imposición pesada, sino más bien una ayuda para que se dé cuenta de su dependencia del Creador vital y liberadora, y a la vez la vocación a colaborar en su obra y acoger su gracia.
Al honrar el « descanso » de Dios, el hombre se encuentra plenamente a sí mismo, y así el día del Señor se manifiesta marcado profundamente por la bendición divina y, gracias a ella, dotado de una especie de « fecundidad »...
El cristiano debe recordar, pues, que, si para él han decaído las manifestaciones del sábado judío, superadas por el « cumplimiento » dominical, son válidos los motivos de fondo que imponen la santificación del « día del Señor », indicados en la solemnidad del Decálogo, pero que se han de entender a la luz de la teología y de la espiritualidad del domingo:
« Guardarás el día del sábado para santificarlo, como te lo ha mandado el Señor tu Dios. Seis días trabajarás y harás todas tus tareas, pero el día séptimo es día de descanso para el Señor tu Dios. No harás ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu sierva, ni tu buey, ni tu asno, ni ninguna de tus bestias, ni el forastero que vive en tus ciudades; de modo que puedan descansar, como tú, tu siervo y tu sierva. Recuerda que fuiste esclavo en el país de Egipto y que el Señor tu Dios te sacó de allí con mano fuerte y tenso brazo; por eso el Señor tu Dios te ha mandado guardar el día del sábado » (Dt 5,12-15). La observancia del sábado aparece aquí íntimamente unida a la obra de liberación realizada por Dios para su pueblo.
Cristo vino a realizar un nuevo « éxodo », a dar la libertad a los oprimidos. El obró muchas curaciones el día de sábado (cf. Mt 12,9-14 y paralelos), ciertamente no para violar el día del Señor, sino para realizar su pleno significado: « El sábado ha sido instituido para el hombre y no el hombre para el sábado » (Mc 2, 27).
Oponiéndose a la interpretación demasiado legalista de algunos contemporáneos suyos, y desarrollando el auténtico sentido del sábado bíblico, Jesús, « Señor del sábado » (Mc 2,28), orienta la observancia de este día hacia su carácter liberador, junto con la salvaguardia de los derechos de Dios y de los derechos del hombre.
Así se entiende por qué los cristianos, anunciadores de la liberación realizada por la sangre de Cristo, se sintieran autorizados a trasladar el sentido del sábado al día de la resurrección. En efecto, la Pascua de Cristo ha liberado al hombre de una esclavitud mucho más radical de la que pesaba sobre un pueblo oprimido: la esclavitud del pecado, que aleja al hombre de Dios, lo aleja de sí mismo y de los demás, poniendo siempre en la historia nuevas semillas de maldad y de violencia.
De la Carta Apostólica “Dies Domini”, de san Juan Pablo II
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