«En el clima de alegría, que es propio
de la Navidad, celebramos en este domingo la fiesta de la Sagrada Familia.
Recuerdo el gran encuentro de Filadelfia, en septiembre pasado; las tantas
familias que he encontrado en los viajes apostólicos, y las de todo el mundo.
Quisiera saludarlas a todas con afecto y reconocimiento, en especial en este
tiempo nuestro, en el que la familia está sometida a incomprensiones y
dificultades de diversos tipos que la debilitan.
El Evangelio de hoy invita a las
familias a percibir la luz de esperanza que mana de la casa de Nazaret, en la
cual se ha desarrollado en la alegría la infancia de Jesús, el cual – dice San
Lucas - «iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia, delante de
Dios y de los hombres» (2,52). El núcleo familiar de Jesús, María y José es
para todo creyente, y en especial para las familias, una auténtica escuela del
Evangelio. Aquí admiramos el cumplimiento del plan divino de hacer de la
familia una especial comunidad de vida y de amor. Aquí aprendemos que todo
núcleo familiar cristiano está llamado a ser 'Iglesia doméstica’, para hacer
resplandecer las virtudes evangélicas y volverse fermento de bien en la
sociedad. Los rasgos típicos de la Sagrada Familia son: recogimiento y oración,
mutua comprensión y respeto, espíritu de sacrificio, trabajo y solidaridad.
Del ejemplo y del testimonio de la
Sagrada Familia, cada familia puede aprender indicaciones preciosas para el
estilo y las opciones de vida, y puede tomar fortaleza y sabiduría para el
camino de cada día. La Virgen y San José enseñan a acoger a los hijos como don
de Dios, a generarlos y educarlos cooperando de forma maravillosa con la obra
del Creador y donando al mundo, en cada niño, una sonrisa nueva. Es en la
familia unida que los hijos alcanzan la madurez de su existencia, viviendo la
experiencia significativa y eficaz del amor gratuito, de la ternura, del
respeto recíproco, de la comprensión mutua, del perdón y de la alegría.
Quisiera detenerme sobre todo en la
alegría. La verdadera alegría que se experimenta en la familia no es algo
casual y fortuito. Es una alegría que es fruto de la armonía profunda entre las
personas, que hace saborear la belleza de estar juntos, de sostenernos
mutuamente en el camino de la vida. Pero como cimiento de todo está la
presencia de Dios, su amor acogedor, misericordioso y paciente hacia todos. Si
no se abre la puerta de la familia a la presencia de Dios y a su amor, la
familia pierde la armonía, prevalecen los individualismos y se apaga la
alegría. Sin embargo, la familia que vive la alegría de la fe, la comunica
espontáneamente, es sal de la tierra y luz del mundo, es levadura para toda la
sociedad.
Que Jesús, María y José bendigan y
protejan a todas las familias del mundo, para que en ellas reinen la serenidad
y la alegría, la justicia y la paz, que Cristo naciendo ha traído como don para
la humanidad».
(Traducción del italiano: Cecilia de
Malak)
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