La venida de
nuestro Salvador en el tiempo fue como la edificación de un templo sobremanera
glorioso; este templo, si se compara con el antiguo, es tanto más excelente y
preclaro cuanto el culto evangélico de Cristo aventaja al culto de la ley o
cuanto la realidad sobrepasa a sus figuras.
Con
referencia a ello, creo que puede también afirmarse lo siguiente: El templo
antiguo era uno solo, estaba edificado en un solo lugar, y sólo un pueblo podía
ofrecer en él sus sacrificios.
En cambio,
cuando el Unigénito se hizo semejante a nosotros, como el Señor es Dios: él nos
ilumina, según dice la Escritura, la tierra se llenó de templos santos y de
adoradores innumerables, que veneran sin cesar al Señor del universo con sus
sacrificios espirituales y sus oraciones.
Esto es,
según mi opinión, lo que anunció Malaquías en nombre de Dios, cuando dijo: Yo
soy el Gran Rey -dice el Señor-, y mi nombre es respetado en las naciones; en
todo lugar ofrecerán incienso a mi nombre, una ofrenda pura. […]
Así lo
declara el mismo Señor, cuando dice: En este sitio daré la paz a cuantos
trabajen en la edificación de mi templo. De manera parecida, dice también
Cristo en otro lugar: Mi paz os doy.
Y Pablo, por
su parte, explica en qué consiste esta paz que se da a los que aman, cuando
dice: La paz de Dios, que sobrepasa todo juicio, custodiará vuestros corazones
y vuestros pensamientos en Cristo Jesús.
También oraba
en este mismo sentido el sabio profeta Isaías, cuando decía: Señor, Tú nos
darás la paz, porque todas nuestras empresas nos las realizas Tú.
Del comentario de san Cirilo de Alejandría, obispo, sobre el libro del profeta Ageo
(Cap. 14: PG 71, 1047-1050)
(Cap. 14: PG 71, 1047-1050)
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