El joven rico
se dirige a Jesús, es una persona en búsqueda, va hacia el Maestro para pedirle
cómo puede ganar la vida eterna. Hoy día, en un mundo en el que hay cosas que
importan muy poco, éste joven quiere y tiene el deseo de acercase a ese Jesús
que puede calmarle su hambre y su sed. Jesús mira con misericordia al
joven, conociendo, sin duda, lo que hay en su interior, pero confiando en que
poco a poco podrá realizar ese paso, conocerse para cambiar. Creo que
el ejercicio que debemos realizar es precisamente, el de dar el paso de
acercarnos con sinceridad a Jesús, no sólo para pedir por nosotros sino para
pensar en los otros. La respuesta de Jesús al joven fue muy clara: “no matarás,
no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás,
honra a tu padre y a tu madre”, todo lo que le pide evidentemente, es un
ejercicio personal pero que afecta al otro.
Finalmente,
cuando afirma que cumple todo eso, Jesús le pide que deje todo lo que
tiene, lo venda y se lo dé a los pobres… el desprendimiento de las cosas no
significa establecer una contradicción entre las cosas y Dios, sino dejarnos,
cambiar interiormente para poder ver ahí que las cosas pueden
llevarnos a Dios y aún más, han de servirnos para llevarnos a Dios.
Marcha
triste… porque en ese momento no es capaz de hacer lo que Dios le pide, el
obstáculo muchas veces está en nosotros mismos, en saber dejar que
Dios actúe en nuestras vidas, que las transforme y podamos aprender a percibir
lo que es verdaderamente importante. Todo, todo lo que Jesús enseña siempre va
en dirección a amar a los otros, sólo así, se alcanza la felicidad plena que
buscaba el joven rico. Texto: Hna. Conchi García.
Fuente: Religión digital
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