martes, 1 de septiembre de 2015

Matar, no; dejar morir, sí.

Antes he dicho que en algunos pacientes la muerte se aferra a su presa. Pero también he visto como en algunos la medicina clava sus afiladas garras. Hay que dejar partir. Los médicos deberían exponer al paciente cual es la situación real, a veces una situación irrecuperable, una situación de inexorable hundimiento, de progresivo avance del colapso. 

Hay casos en los que lo más caritativo sería preguntarle al paciente si quiere tener una muerte natural por el fallo de sus órganos o si prefiere seguir vivo dos meses más pero sin moverse de la cama, conectado cada vez a más tubos.
Si esa gente tuviera la experiencia hospitalaria que tengo, muchos preferirían dejar el mundo en el salón de su casa, libres de vías intravenosas, tubos de goma hasta el estómago, ventilación artificial y un largo y penoso etcétera pero en el que cada elemento del inventario no está exento de un peaje de dolor.


Dejar la vida con tranquilidad cuando el mecanismo deje de funcionar de forma natural. No aferrarnos a toda costa como un naúfrago que se abraza a una boya.
Padre Fortea

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