La sabia palabra del libro
del Eclesiastés dice: «Hay un momento para todo y un
tiempo para cada cosa bajo el sol». Como si se hiciera eco de esa palabra,
Teresa de Jesús escribía a su gran amigo Antonio Gaytán diciéndole: «Sepa
que como en este mundo hay tiempos diferentes, así en el interior, y no es posible
menos… y vaya mirando a lo que le inclina más su espíritu». Hay tiempos
diferentes… y tiempo para todo.
Teresa
había experimentado la prisa y la calma, los agobios de los mil asuntos de la
vida y el descanso de la amistad, tanto la divina como la humana. Conocía los
humores que zarandean a los seres humanos y lo que el cansancio puede hacer en
un buen espíritu, agostándolo y haciéndolo tambalear.
También había disfrutado el
regalo de la naturaleza y en el Libro de la Vida decía: «Aprovechábame
a mí también ver campo o agua, flores. En estas cosas hallaba yo memoria del
Criador, digo que me despertaban y recogían y servían de libro».
No solo
le acercaban a Dios todas esas cosas, sino que entendía que son un descanso
para el cuerpo y el alma. Por eso, ponía mucho interés en que las casas que iba
fundando tuvieran huerta y buenas vistas, porque –decía– «para nuestra manera
de vivir es gran negocio». Y así, tratando de la casa en la que convenía estar
en Sevilla, escribía a su querida María de San José: «Siempre advierta que es
menester vistas más que estar en buen puesto, y huerta si pudieren».
Inclinada a la discreción y
enemiga de los excesos, dirá a Gracián, su descalzo más protegido, en un
momento en que se le iba la mano en esfuerzos y penitencias: «Yo digo, mi
padre, que será bien que vuestra paternidad duerma. Mire que tiene mucho
trabajo, y no se siente la flaqueza hasta estar de manera la cabeza que no se
puede remediar, y ya ve lo que importa su salud». Así de sabia y humana era.
En la
misma línea, decía a su hermano Lorenzo: «No piense le hace Dios poca merced en
dormir tan bien, que sepa es muy grande; y torno a decir que no procure que se
le quite el sueño, que ya no es tiempo de eso».
Teresa era poco amiga de
las ñoñerías y le disgustaba que había quienes pensaban que «todo nos ha de
matar y quitar la salud» y con esa excusa dejaban de esforzase en el amor y el
servicio. Por eso avisaba de la necesidad de «vencer estos corpezuelos»
para que no lleven las riendas de la vida.
Pero sabía que muchas
dificultades venían, sencillamente, de «indisposición corporal (y de) las
mudanzas de los tiempos y las vueltas de los humores». Por eso, era
contraria a forzar a las personas, porque eso solo provoca desazón, un
«afligimiento –decía– que no sirve de más de inquietar el alma».
Invitaba a la creatividad,
a la amplitud de miras y a buscar modos de estar con Dios, cuando no se puede
orar, por cansancio u otros motivos: «Sirva entonces al cuerpo por amor
de Dios, porque otras veces muchas sirva él al alma, y tome algunos pasatiempos
santos de conversaciones que lo sean, o irse al campo».
Teresa animaba a descubrir
la propia disposición y lo necesario en cada ocasión, y a comprender que «en
todo se sirve Dios», cuando se entra en el camino del amor. Por eso, añadía: «Suave
es su yugo, y es gran negocio no traer el alma arrastrada, como dicen, sino
llevarla con suavidad para su mayor aprovechamiento».
Dar descanso al cuerpo y al
alma, porque el corazón también necesita solaz. A la misma María de San José,
por ejemplo le decía: «Para descansar de otras ocupaciones cansosas
sería bien vuestra merced no dejase de escribirme alguna vez, que cierto cuando
veo su letra me es gran merced y alivio».
«Hay
tiempos diferentes» y ya que –como decía a su hermano Lorenzo– «siempre suele
Dios traer tiempos para cumplir los buenos deseos», hay que saber vivir el
descanso.
Recrearse con la naturaleza
y en soledad, como le escribía en otra carta, desde Toledo: «Tengo una celdilla
muy linda, que cae al huerto una ventana, y muy apartada». Y recrearse con los
buenos amigos que, a veces, cuidan mejor que uno mismo, como decía a Gracián: «Dios
me libre de mí, que tan poco caso hago de mi descanso. Plega al Señor me dé
alguno en que pueda yo descansar mi alma, muy despacio con vuestra paternidad».
Todavía, por si acaso no
hay ventanas con vistas, ni espacios más amables ni tiempos largos de descanso,
Teresa invitará a descansar en lo profundo, donde habita Dios, y dirá:«Os
será consuelo deleitaros en este castillo interior… podéis entrar y pasearos
por él a cualquier hora».
Y en una de sus Cuentas de
Conciencia, describe el mejor descanso: «Me vino un recogimiento con
una luz tan grande interior que me parece estaba en otro mundo, y hallóse el
espíritu dentro de sí en una floresta y huerto muy deleitoso tanto,
que me hizo acordar de lo que se dice en los Cantares: Veniat dilectus meus in
hortum suum».
Teresa de Lisieux
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