La catedral de Sarajevo fue el escenario del intenso encuentro por las vocaciones que el Papa Francisco mantuvo la tarde del primer sábado de junio con los sacerdotes, religiosos, religiosas y seminaristas a quienes no dejó de agradecerles su servicio al Evangelio y a la Iglesia, incluso en los momentos difíciles de la historia de sus comunidades cristianas, caracterizadas en esta región, por ser minoría. El Obispo de Roma aludió a la importancia de la formación de los laicos para que sean protagonistas de la misión evangelizadora, sin olvidar a los hermanos y hermanas enfermos y ancianos que sólo pudieron estar espiritualmente presentes.
Muy tocante el momento de los testimonios que ofrecieron tres
consagrados que tanto sufrieron por la causa de Cristo. Se trata del Reverendo
Zvonimir Matijević, a quien el Santo Padre le besó las manos y bendijo
pidiéndole a su vez que rezara por él; Fray Jozo Puškarić a quien Francisco
abrazó y besó conmovido y Sor Ljubica Šekerija a quien también el Pontífice
abrazó y besó sonriéndole.
El sacerdote de la diócesis de Banja Luka, Zvonimir Matijević,
relató brevemente cuanto padeció en 1992 pidiendo a Dios que bendiga a todas
las personas gracias a las cuales logró conservar su vida. Y agradeció a
Francisco esta visita a Bosnia y Herzegovina con expresiones llenas de paz y
consuelo para cuantos sufrieron, incluso más que él; a la vez que manifestó su
convicción de que la presencia del Papa, con sus palabras, son como un ungüento
para las heridas de tantas personas en esta tierra, y un aliciente para
despertar la bondad, incluso en el corazón de los muchos que hicieron el mal;
porque, como afirmó, la oración del Pontífice y sus palabras, impulsarán a
todos a hacer el bien.
De la misma manera Fray Jozo Puškarić – sacerdote miembro de la
Provincia franciscana de Bosnia Argentina – manifestó su gratitud a Dios
por la oportunidad de encontrarse con el Obispo de Roma gracias a que su
Arzobispo, el Cardenal Vinko Puljić, lo eligió para que relatara la experiencia
deshumana que vivió durante la reciente guerra, en 1992, en un campo de
concentración en el que “el tiempo – dijo – no se contaba por
días, porque eran demasiado largos y estaban llenos de incertidumbre y temor”,
sino por horas, e incluso segundos, hasta concluir que los 120 días
transcurridos en aquel lugar equivalen a 120 años, o más.
Tras confesar que llegó a desear morir, con tal de que terminara
su agonía, y de afirmar que hasta el fin de sus días seguirá testimoniando los
horrores de la guerra; le pidió al Papa que siga rezando por todos los hombres
y mujeres de esta nación, a la vez que añadió: “Después de la difícil
experiencia de la guerra, junto a San Juan Pablo II, también yo puedo gritar:
¡Nunca más la guerra!”.
Tras relatar las indecibles vejaciones y humillaciones sufridas en
1993, la religiosa Ljubica Šekerija, de la Congregación de las Hijas de la
Divina Caridad agradeció al Papa Bergoglio esta visita “que – dijo – nos
anima y refuerza en nuestra vocación”. Y explicó que por más insensibles y
malvados que hayan sido los enemigos que tanto padecimiento les procuraron,
también a otros consagrados durante la última guerra en Bosnia y Herzegovina,
sobre ellos – dijo – “ha sobreabundado la gracia de Dios”.
A estos tres testigos de la fe, que padecieron en su propia carne
su adhesión a Cristo y a la Iglesia, sin perder la esperanza y animando a los
demás, el Papa les dijo – sin leer el discurso preparado para esta ocasión –
que deseaba dirigirles unas palabras teniendo en cuenta su experiencia de
vida, porque sus testimonios hablan solos, hablan de la memoria de su pueblo,
la memoria de sus padres y madres en la fe. Sólo hablaron tres – dijo Francisco
– pero detrás de ellos hay muchísimos más que han sufrido igualmente. De
ahí que haya destacado la palabra perdón, porque hay momentos en que perdonar
es verdaderamente difícil, a quien te ha torturado, amenazado con matarte
apuntándote un fusil, es difícil, y ellos lo han hecho, y predican que hay que
hacerlo.
Otra palabra que Francisco dijo que le quedó impresa fue la de los
120 días vividos en un campo de concentración. En que los días eran contados
por minutos, porque cada minuto era una tortura, viviendo en la intemperie, sin
comer, ni beber, con frío y calor, durante tanto tiempo. Mientras nosotros nos
quejamos cuando nos duele un diente o queremos tener la televisión en nuestra
habitación, con tantas comodidades; o hablamos de la superiora o del superior,
cuando la comida no es muy rica… Piensen en cuánto han sufrido – dijo el
Papa – que llevan una vida digna de la cruz de Cristo, en contraposición
con la caricatura que representan los obispos o sacerdotes mundanos que no
sirven porque no tienen la memoria de los mártires y han perdido la memoria del
Señor.
Busquen el bien de todos – añadió el Santo Padre –
recordamos que todos somos hijos de Dios. Y pidió a los presentes que no se
olviden del testimonio de estos religiosos mártires; a la vez que pidió que
recen por las familias para que florezcan con tantos hijos y no falten las
vocaciones.
El Papa dijo que ésta fue una historia de crueldad, por lo que
invitó a tener actitudes de ternura y hermandad, de perdón, contrarias a la
crueldad, llevando siempre la cruz de Cristo porque la Santa Madre Iglesia los
quiere así: pequeños mártires; para los cuales invocó la bendición del Señor
para que los recompense abundantemente.
(Desde Sarajevo, María Fernanda Bernasconi - RV)
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