Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
Como saben, la Iglesia universal celebra hoy la solemnidad de los
santos Apóstoles Pedro y Pablo, pero se la vive con una alegría especial en la
Iglesia de Roma, porque en su testimonio, sellado con la sangre, tiene sus
propios cimientos. Roma siente especial afecto y reconocimiento por estos
hombres de Dios, que vinieron de una tierra lejana a anunciar, a costa de su
vida, aquel Evangelio de Cristo al que se había dedicado totalmente.
La gloriosa herencia de estos dos Apóstoles es motivo de orgullo
espiritual para Roma y, al mismo tiempo, es una llamada a vivir las virtudes
cristianas, de modo particular la fe y la caridad: la fe en Jesús cual Mesías e
Hijo de Dios, que Pedro profesó primero y que Pablo anunció a la gente; y la
caridad, que che esta Iglesia está llamada a servir con horizonte universal.
En la oración del Ángelus, en el recuerdo de los santos Pedro y
Pablo, asociamos el de María, imagen viva de la Iglesia, esposa de Cristo, que
los dos Apóstoles “fecundaron con su sangre” (Antífona de ingreso de la Misa
del día).
Pedro conoció personalmente a María y en su diálogo con ella,
especialmente en los días que precedieron Pentecostés (Cfr. Hch 1, 14), pudo profundizar el conocimiento
del misterio de Cristo. Pablo, al anunciar el cumplimiento del designio
salvífico “en la plenitud de los tiempos”, no dejó de recordar a la “mujer” de
la que el Hijo de Dios había nacido en el tiempo (Cfr. Ga 4, 4).
En la evangelización de los dos Apóstoles aquí, en Roma, también
están las raíces de la profunda y secular devoción de los romanos a la Virgen,
invocada especialmente come Salus Populi Romani.
María, Pedro y Pablo: son nuestros compañeros de viaje en la búsqueda
de Dios; son nuestras guías en el camino de la fe y de la santidad; ellos nos
impulsan hacia Jesús, para hacer todo lo que Él nos pide. Invoquemos su ayuda a
fin de que nuestro corazón esté siempre abierto a las sugerencias del Espíritu
Santo y al encuentro con los hermanos.
En la celebración Eucarística, que tuvo lugar esta mañana en la
Basílica de San Pedro, he bendecido los Palios de los Arzobispos Metropolitanos
nombrados en el último año, procedentes de varias partes del mundo. Renuevo mi
saludo y mis felicitaciones a ellos, a sus familiares y a cuantos los acompañan
en esta significativa circunstancia, y deseo que el Palio, además de acrecentar
los lazos de comunión con la Sede de Pedro, sea un aliciente para un servicio
cada vez más generoso a las personas encomendadas a su cuidado pastoral.
En la misma liturgia, tuve el placer de saludar a los Miembros de
la Delegación que ha venido a Roma en nombre del Patriarca Ecuménico, el
amadísimo hermano Bartolomé I, para participar, como cada año, en la fiesta de
los santos Pedro y Pablo. También esta presencia es signo de los vínculos
fraternos existentes entre nuestras Iglesias. Recemos para que se refuerce
entre nosotros el camino de la unidad.
Nuestra oración hoy es sobre todo por la ciudad de Roma, por su
bienestar espiritual y material, para que la gracia divina sostenga a todo el
pueblo romano, a fin de que viva en plenitud la fe cristiana, que testimoniaron
con intrépido ardor los santos Pedro y Pablo. Que interceda por nosotros la
Santísima Virgen, Reina de los Apóstoles.