San Agustín habla mucho en sus escritos de la oración como camino para
llegar a Dios, pero a este camino le llama amor. Por eso, afirma que a Dios no
vamos caminando, sino amando (Ep 155, 4, 13).
Por otra parte, insiste mucho
en que en este camino hacia Dios, en este camino del amor, en este camino de la
oración, no hay que darse tregua, hay que orar sin interrupción, hay que hacer
de la vida una permanente oración, un amor continuo. Y afirma: Si dices basta,
ya estás perdido. No te detengas, avanza siempre; no vuelvas hacia atrás, no te
desvíes. En este camino, el que no adelanta, retrocede (Sermo 169, 18). También
nos invita a caminar cantando, es decir, con amor, a pesar de las dificultades,
pues lo más importante es el amor. Dice: Canta y camina. Avanza siempre en el
bien. Si tú progresas y adelantas, caminas; pero progresa en el bien, progresa
en la fe, progresa en las santas costumbres. Canta y camina. No te extravíes,
no te vuelvas atrás, no te detengas (Sermo 256, 3).
Por ello, es significativo que
nos aconseje: Ama y haz lo que quieras; si callas, calla por amor; si corriges,
corrige por amor; si perdonas, perdona por amor. Que la raíz de todas tus obras
sea el amor (In ep Io ad parth tr. 7, 7-8). Sin olvidar que la medida del amor
es el amor sin medida (Epist 109.2).
San Agustín, sin embargo, nos
pone en guardia para no confundir el amor auténtico a Dios y a los demás, con
el amor carnal y egoísta. Afirma: Sólo el amor verdadero merece el nombre de
amor, lo demás es pasión (De Trin 8, 7, 10). La verdadera amistad no es
auténtica, sino entre los que Tú, Señor, unes entre sí por medio del amor
derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado (Conf
4, 4, 7).
Además, nos enseña que para
amar de verdad hay que ser humildes, pues la oración es un autentico acto de
humildad. Dice: En la oración somos mendigos de Dios. Nos ponemos en la puerta
del gran Señor; aún más, nos arrojamos el suelo, gemimos suplicantes, deseando
recibir algo, y ese algo es el mismo Dios (Sermo 83, 2). El camino del amor es:
primero humildad; segundo, humildad; y tercero, humildad. Si la humildad no
precede, acompaña y sigue todas nuestras buenas acciones, todo queda arruinado
por la soberbia (Epist 118, 22).
La humildad es propia de los
grandes; la soberbia, en cambio, es la falsa grandeza de los débiles. El
humilde no puede dañar, y el soberbio no puede no dañar (Sermo 353, 2).
Y aconsejaba: Tú, haz lo que
puedas, pide lo que no puedas y Dios te dará para que puedas (De nat et gr 43,
50). ¡Oh amor, que siempre ardes y nunca te apagas! Amor, Dios mío, abrásame,
¿Mandas continencia? Dame lo que me pides y pídeme lo que quieras (Conf 10, 29,
40). Haz Señor, Dios mío, que te comprenda y te ame (De Trin 18, 28, 51). Oh
Señor, te amo y, si es poco, haz que te ame más intensamente (Conf 13, 8, 9).
Cuán tarde te conocí, hermosura tan antigua y tan nueva, cuán tarde te conocí.
Tú estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Llamaste y clamaste y rompiste
mi sordera; brillaste, resplandeciste y curaste mi ceguera; exhalaste tu
perfume y respiré, y ahora suspiro por Ti y siento hambre y sed de Ti (Conf 10,
27, 38). Nos hiciste, Señor para Ti y nuestro corazón está insatisfecho hasta
que descanse en Ti (Conf 1, 1, 1). Por ello, sólo orando de verdad, amando sin
cesar, llegaremos a Dios y encontraremos la felicidad, que es el gozo de la
verdad (Conf 10, 23, 33).
De libro “La oración
del corazón”, por el Padre Ángel Peña.Fuente: Tengo sed de Ti.
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