“Parece, Señor mío, que descansa mi alma
considerando el gozo que tendrá, si por vuestra misericordia le fuere concedido
gozar de Vos; mas querría primero serviros, pues ha de gozar de lo que Vos
sirviéndola a ella le ganasteis.
¿Qué haré, Señor mío?; ¿qué haré, mi Dios?
¡Oh, qué tarde se han encendido mis deseos y qué temprano andabais Vos, Señor,
granjeando y llamando para que toda me emplease en Vos! ¿Por ventura, Señor,
desamparasteis al miserable o apartasteis al pobre mendigo cuando se quiere
llegar a Vos? ¿Por ventura, Señor, tienen término vuestras grandezas o vuestras
magníficas obras?
¡Oh Dios mío y misericordia mía (Sal. 58, 18) y cómo las
podréis mostrar ahora en vuestra sierva!; poderoso sois, gran Dios; ahora se
podrá entender si mi alma se entiende a sí, mirando el tiempo que ha perdido y
cómo en un punto podéis Vos, Señor, que le torne a ganar.
Paréceme que
desatino, pues el tiempo perdido, suelen decir, que no se puede tornar a
cobrar. ¡Bendito sea mi Dios! ¡Oh Señor!, confieso vuestro gran poder; si sois
poderoso, como lo sois, ¿qué hay imposible al que todo lo puede? Quered Vos,
Señor mío, quered, que - aunque soy miserable - firmemente creo que podéis lo
que queréis; y mientras mayores maravillas oigo vuestras y considero que podéis
hacer más, más se fortalece mi fe y con mayor determinación creo que lo haréis
Vos; y ¿qué hay que maravillar de lo que hace el Todopoderoso?
Bien sabéis Vos,
mi Dios, que entre todas mis miserias nunca dejé de conocer vuestro gran poder
y misericordia; válgame, Señor, esto en que no os he ofendido. Recuperad, Dios
mío, el tiempo perdido con darme gracia en el presente y porvenir, para que
parezca delante de Vos con vestiduras de bodas, pues, si queréis, podéis (Mt.
22, 11)”. (Teresa de Jesús, Exclamación IV)
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