martes, 3 de marzo de 2015

“Quered, Señor mío, quered”. Santa Teresa de Jesús

“Parece, Señor mío, que descansa mi alma considerando el gozo que tendrá, si por vuestra misericordia le fuere concedido gozar de Vos; mas querría primero serviros, pues ha de gozar de lo que Vos sirviéndola a ella le ganasteis. 

¿Qué haré, Señor mío?; ¿qué haré, mi Dios? ¡Oh, qué tarde se han encendido mis deseos y qué temprano andabais Vos, Señor, granjeando y llamando para que toda me emplease en Vos! ¿Por ventura, Señor, desamparasteis al miserable o apartasteis al pobre mendigo cuando se quiere llegar a Vos? ¿Por ventura, Señor, tienen término vuestras grandezas o vuestras magníficas obras? 

¡Oh Dios mío y misericordia mía (Sal. 58, 18) y cómo las podréis mostrar ahora en vuestra sierva!; poderoso sois, gran Dios; ahora se podrá entender si mi alma se entiende a sí, mirando el tiempo que ha perdido y cómo en un punto podéis Vos, Señor, que le torne a ganar. 

Paréceme que desatino, pues el tiempo perdido, suelen decir, que no se puede tornar a cobrar. ¡Bendito sea mi Dios! ¡Oh Señor!, confieso vuestro gran poder; si sois poderoso, como lo sois, ¿qué hay imposible al que todo lo puede? Quered Vos, Señor mío, quered, que - aunque soy miserable - firmemente creo que podéis lo que queréis; y mientras mayores maravillas oigo vuestras y considero que podéis hacer más, más se fortalece mi fe y con mayor determinación creo que lo haréis Vos; y ¿qué hay que maravillar de lo que hace el Todopoderoso? 

Bien sabéis Vos, mi Dios, que entre todas mis miserias nunca dejé de conocer vuestro gran poder y misericordia; válgame, Señor, esto en que no os he ofendido. Recuperad, Dios mío, el tiempo perdido con darme gracia en el presente y porvenir, para que parezca delante de Vos con vestiduras de bodas, pues, si queréis, podéis (Mt. 22, 11)”. (Teresa de Jesús, Exclamación IV)

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