¡Feliz
cumpleaños, Teresa! Te lo desean de corazón todos los que te han conocido y que
por eso te aman: tus hijas y tus hijos, tu familia numerosa, que te reconoce
como madre y maestra; los cristianos a los que tú les has hecho descubrir «qué
buen amigo es Jesús» y cómo nos cambia la vida el hecho de aprender a estar con
él, con sencillez y amor, limitándonos a mirarlo a él, que nos mira. Te lo
desean tantos creyentes de diversas religiones a los cuales has enseñado la
fuerza y el valor universal de la oración, hecha con humildad por un mundo que
sufre. Y te lo desean, por último, tantos hombres y mujeres que de ti han
aprendido las dimensiones inexploradas de su humanidad y su corazón se ha
dilatado, su alma ha respirado.
La
vida que el Señor te ha dado no la has conservado para ti. Has aprendido día a
día a entregarla totalmente en sus manos, para que El la hiciese suya, su don a
la Iglesia y al mundo. Cuando menos te pertenecías, más te pertenecía él,
cuando más te dabas a El tanto más Él te hacía partícipe de su vida, de su
relación con el Padre y de su ofrenda por el mundo.
¡Gracias
Teresa, por el don de esta vida gastada por nosotros! Gracias porque continúas
acompañándonos con tu enseñanza y con tu discernimiento. Nadie como tú sabe lo
fácil que es engañarse en la vida espiritual, hacerse falsas ilusiones. Gracias
por «desengañarnos», por liberarnos de nuestros caminos tortuosos, que giran
siempre en torno a nosotros mismos y nos cierran a los demás.

Gracias,
por último, porque nos has enseñado a reírnos de nosotros mismos, a no
¡tomarnos demasiado en serio! Gracias por tu buen humor, que nos devuelve a la
verdadera proporción entre nuestra pequeñez y miseria y la inmensa grandeza de
Dios! Contigo cantaremos eternamente las misericordias infinitas de Dios.
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