Un grupo de «griegos», probablemente
paganos, se acercan a los discípulos con una petición admirable: «Queremos ver
a Jesús». Cuando se lo comunican, Jesús responde con un discurso vibrante en el
que resume el sentido profundo de su vida. Ha llegado la hora. Todos, judíos y
griegos, podrán captar muy pronto el misterio que se encierra en su vida y en
su muerte: «Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí».
Cuando Jesús sea alzado a una cruz y
aparezca crucificado sobre el Gólgota, todos podrán conocer el amor insondable
de Dios, se darán cuenta de que Dios es amor y solo amor para todo ser humano.
Se sentirán atraídos por el Crucificado. En él descubrirán la manifestación
suprema del Misterio de Dios.
Para ello se necesita, desde luego, algo
más que haber oído hablar de la doctrina de la redención. Algo más que asistir
a algún acto religioso de la Semana Santa. Hemos de centrar nuestra mirada interior en Jesús y dejarnos conmover, al
descubrir en esa crucifixión el gesto final de una vida entregada día a día por
un mundo más humano para todos. Un mundo que encuentre su salvación en Dios.
Pero, probablemente a Jesús empezamos a
conocerlo de verdad cuando, atraídos por su entrega total al Padre y su pasión
por una vida más feliz para todos sus hijos, escuchamos aunque sea débilmente
su llamada: «El que quiera servirme que me siga, y donde esté yo, allí estará
también mi servidor».
Todo arranca de un deseo de «servir» a
Jesús, de colaborar en su tarea, de vivir solo para su proyecto, de seguir sus
pasos para manifestar, de múltiples maneras y con gestos casi siempre pobres,
cómo nos ama Dios a todos. Entonces empezamos a convertirnos en sus seguidores.
Esto significa compartir su vida y su
destino: «donde esté yo, allí estará mi servidor». Esto es ser cristiano: estar
donde estaba Jesús, ocuparnos de lo que se ocupaba él, tener las metas que él
tenía, estar en la cruz como estuvo él, estar un día a la derecha del Padre
donde está él.
¿Cómo sería una Iglesia «atraída» por el
Crucificado, impulsada por el deseo de «servirle» solo a él y ocupada en las
cosas en que se ocupaba él? ¿Cómo sería una Iglesia que atrajera a la gente
hacia Jesús?
José Antonio Pagola
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