lunes, 2 de febrero de 2015

El Evangelio cambia el corazón, dijo el Papa a la hora del Ángelus

Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
El pasaje evangélico de este domingo (cfr. Mc 1, 21-28) presenta a Jesús que, con su pequeña comunidad de discípulos, entra en Cafarnaúm, la ciudad en la que vivía Pedro y que en aquellos tiempos era la más grande de Galilea. Y Él entra en aquella ciudad.

El evangelista Marcos relata que Jesús, siendo aquel día un sábado, fue inmediatamente a la sinagoga y se puso a enseñar (cfr. v. 21). Esto hace pensar en la primacía de la Palabra de Dios, Palabra que hay que escuchar, Palabra que hay que acoger, Palabra que hay que anunciar. Al llegar a Cafarnaúm, Jesús no posterga el anuncio del Evangelio, no piensa primero en la disposición logística, ciertamente necesaria, de su pequeña comunidad, no se detiene en la organización. Su preocupación principal es la de comunicar la Palabra de Dios con la fuerza del Espíritu Santo. Y la gente en la sinagoga permanece asombrada, porque Jesús “porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no como los escribas” (v. 22).

¿Qué significa “con autoridad”? Quiere decir que en las palabras humanas de Jesús se sentía toda la fuerza de la Palabra de Dios, se sentía la misma autoridad de Dios, inspirador de las Sagradas Escrituras. Y una de las características de la Palabra de Dios es que realiza lo que dice. Porque la Palabra de Dios corresponde a su voluntad. En cambio, nosotros con frecuencia pronunciamos palabras vacías, sin raíz, o palabras superfluas, palabras que no corresponden a la verdad. En cambio la Palabra de Dios corresponde a la verdad, es unidad a su voluntad y hace lo que dice. En efecto, Jesús, después de haber predicado, demuestra inmediatamente su autoridad liberando a un hombre, presente en la sinagoga, que estaba poseído por el demonio (cfr. Mc 1 ,23-26).

Precisamente la autoridad divina de Cristo había suscitado la reacción de satanás, escondido en aquel hombre; Jesús, a su vez, reconoció inmediatamente la voz del maligno y “ordenó severamente: ¡Cállate y sal de este hombre!” (v. 25). Sólo con la fuerza de su palabra, Jesús libera a la persona del maligno. Y una vez más los presentes permanecen asombrados: “¡Da órdenes a los espíritus impuros, y estos le obedecen!” (v. 27). “Pero este hombre, ¿de dónde viene? Da órdenes a los espíritus impuros, ¡y estos le obedecen!” (v. 27). La Palabra de Dios provoca asombro en nosotros. Tiene esa fuerza: nos asombra, bien.

El Evangelio es palabra de vida: no oprime a las personas, al contrario, libera a cuantos son esclavos de tantos espíritus malvados de este mundo: tanto el espíritu de la vanidad, el apego al dinero, el orgullo, la sensualidad… El Evangelio cambia el corazón, El Evangelio, el corazón, cambia la vida, transforma las inclinaciones al mal en propósitos de bien. ¡El Evangelio es capaz de cambiar a las personas! Por tanto, es deber de los cristianos difundir por doquier su fuerza redentora, llegando a ser misioneros y heraldos de la Palabra de Dios.
Nos lo sugiere también el mismo pasaje de hoy que se cierra con una apertura misionera e dice así: “Su fama – la fama de Jesús – se extendió rápidamente por todas partes, en toda la región de Galilea” (v. 28). La nueva doctrina que Jesús enseña con autoridad es la que la Iglesia lleva al mundo, junto con los signos eficaces de su presencia: la enseñanza acreditada y la acción liberadora del Hijo de Dios se transforman en las palabras de salvación y los gestos de amor de la Iglesia misionera.
¡Acuérdense siempre que el Evangelio tiene la fuerza de cambiar la vida! No se olviden de esto. Él es la Buena Nueva, que nos transforma sólo cuando nos dejamos transformar por ella. He aquí porqué les pido siempre que tengan un contacto cotidiano con el Evangelio, que lean cada día un pasaje, un pasaje, que lo mediten y también que lo lleven con ustedes por doquier: en el bolsillo, en la cartera… Es decir que se alimenten cada día de esta fuente inagotable de salvación. ¡No se olviden! Lean un pasaje del Evangelio cada día. Es la fuerza que nos cambia, que nos trasforma: cambia la vita, cambia el corazón.
Invoquemos la materna intercesión de la Virgen María, Aquella que ha acogido la Palabra y la ha generado para el mundo, para todos los hombres. Que Ella nos enseñe a ser escuchas asiduos y anunciadores acreditados del Evangelio de Jesús.

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