En este primer domingo después de Navidad, mientras estamos todavía
inmersos en el clima gozoso de la fiesta, la Iglesia nos invita a contemplar la
Santa Familia de Nazaret. El Evangelio hoy nos presenta a la Virgen y San José
en el momento en el cual, cuarenta días después del nacimiento de Jesús, se
dirigen al templo de Jerusalén. Lo hace en religiosa obediencia a la Ley de
Moisés, que prescribe ofrecer al Señor al primogénito (cfr. Lc 2,22-24).
Podemos imaginar esta pequeña familia, en medio a tanta gente, en los
grandes cortiles del templo. No resalta a los ojos, no se distingue… ¡Pero
todavía no pasa desapercibida! Dos ancianos, Simeón y Ana, movidos por el
Espíritu Santo, se acercan y se ponen a alabar a Dios por ese Niño, en el cual
reconocen al Mesías, luz de las gentes y salvación de Israel (cfr. Lc 2,22-38).
Es un momento simple pero rico de profecía: el encuentro entre dos jóvenes
esposos llenos de alegría y de fe por las gracias del Señor; y dos ancianos
también ellos llenos de alegría y de fe por la acción del Espíritu. ¿Quién los
hace encontrar? Jesús. Jesús es Aquel que acerca a las generaciones. Es la
fuente de aquel amor que une a las familias y a las personas, venciendo toda
desconfianza, todo aislamiento, todo alejamiento. Esto nos hace pensar también
a los abuelos: ¡Cuánto es importante su presencia! ¡Cuánto es precioso su rol
en las familias y en la sociedad! Las buenas relaciones entre jóvenes y
ancianos es decisivo para el camino de la comunidad civil y eclesial.
El mensaje que proviene de la Sagrada Familia es sobre todo un mensaje de
fe. En la vida familiar de María y José Dios está verdaderamente al centro, y
lo está en la persona de Jesús. Por esto la familia de Nazaret es santa: porque
está centrada en Jesús.
Cuando los padres y los hijos respiran juntos este clima de fe, poseen una
energía que permite a ellos afrontar pruebas también difíciles, como muestra la
experiencia de la Sagrada Familia, por ejemplo en el evento dramático de la
huida en Egipto.
El Niño Jesús con su Madre María y con San José son un icono familiar
sencillo pero sobre todo luminoso. La luz que ella irradia es luz de
misericordia y de salvación para el mundo entero, luz de verdad para todo
hombre, para la familia humana y para cada familia. Esta luz que viene de la
Sagrada Familia nos anima a ofrecer calor humano en aquellas situaciones
familiares en el cual, por diversos motivos, falta la paz, falta la armonía y
el perdón. Nuestra concreta solidaridad no disminuya especialmente en relación
a la familia que están viviendo situaciones muy difíciles por las enfermedades,
la falta de trabajo, las discriminaciones, la necesidad de emigrar…
Encomendamos a María, Reina de la
familia, a todas las familias del mundo, para que puedan vivir en la fe, en la
concordia, en la ayuda recíproca, y para esto invoco sobre ellas la materna protección
de quien fue madre e hija de su Hijo. (Traducción del italiano,
Renato Martinez – Radio Vaticano)
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