La Redención tiene infinitas facetas para que nuestro corazón, en
meditación, las descubra. Cuando rezamos el cuarto misterio gozoso del Santo
Rosario, por ejemplo, meditamos la Presentación de Jesús en el templo. Y
sabemos que allí recordamos la celebración de un rito que el pueblo judío
heredó de las leyes de Moisés: se presentaba a Dios al hijo primogénito en el
Templo, en forma de sacrificio. Y la costumbre de los humildes era presentar
dos tórtolas como ofrenda. Cuando aquel día José y María ofrecieron a Jesús en
el Templo se vivió un anticipo de lo que ocurriría luego: el Cordero de Dios
iba a ser verdaderamente ofrecido en sacrificio, para la Salvación de toda la
humanidad. Allí el anciano Simeón profetizó a María que su corazón iba a ser
traspasado por una espada, por el destino de Cruz que su Hijo iba a enfrentar.
Aquí se esconde un gran misterio: se ofrecieron entonces dos tórtolas como
símbolo de sacrificio a Dios. Ellas representaban a Jesús y también a María. Se
ofreció en sacrificio al Redentor y a la Corredentora, juntos inseparablemente
en la obra de la Salvación. Dios Padre recibió la ofrenda de Su propio Hijo y
también la de la Criatura más perfecta, verdadera Arca que contuvo y dio su
naturaleza humana al Salvador.
Las dos tórtolas ofrecidas en sacrificio en Jerusalén dos mil años atrás
unieron indisolublemente a Madre e Hijo en la obra de la Salvación, frente a
Dios Padre. Jesús murió física y místicamente por nosotros en la Cruz, pero su
Madre lo siguió en todo momento, de tal modo que también sufrió místicamente la
Pasión de su Hijo amado. Así, el misterio de la Redención va unido al de la
Corredención de María.
El único y verdadero Salvador de la humanidad no quiso en ningún momento tener
a Su Madre lejos de él: espiritualmente ellos siempre estuvieron unidos, como
lo están ahora. Estos tiempos son importantes para recibir de nuestra Madre
Celestial el consuelo y la guía para que lleguemos a su Hijo. Porque como dijo
San Luis Grignion de Montfort: María es el camino más corto y seguro para
llegar a Jesús.
¡Jesús y María, sean la Salvación del alma mía!
Autor: Oscar Schmidt
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