Sucede en la Iglesia que los cristianos se sientan tentados de estar con
Jesús sin querer estar con los pobres y los marginados, aislándose en un
“microclima eclesiástico” que no tiene nada de auténticamente eclesial. Lo
afirmó el Papa Francisco en su homilía de la Misa matutina celebrada en la
capilla de la Casa de Santa Marta.
Mirar a
Jesús olvidándose de verlo en el pobre que pide ayuda, en el marginado que
causa repugnancia. Es la tentación que la Iglesia vive en toda época, la de
cercarse a sí misma dentro de un “microclima eclesiástico”, como lo define el
Papa, en lugar de abrir las puertas a los excluidos socialmente.
La
homilía de Francisco forma parte de una de las páginas más intensas del
Evangelio, en que el protagonista es el ciego de Jericó, del que el Papa
observó que representa la “primera clase de personas” que puebla el relato del
evangelista Lucas. Un hombre que no contaba nada, pero que “tenía ganas de
salvación”, “ganas de ser curado”, y que, por lo tanto, grita por encima del
muro de la indiferencia que lo circunda hasta que vence su apuesta y logra
llamar a la “puerta del corazón de Jesús”. A este hombre se opone el círculo de
los discípulos, que pretenden acallarlo para evitar que moleste y asiendo así –
afirmó el Papa – alejan “al Señor de una periferia”:
“Esta
periferia no podía llegar al Señor, porque este círculo – pero con tanta buena
voluntad, ¡eh! – cerraba la puerta. Y esto sucede con frecuencia, entre
nosotros los creyentes: cuando hemos encontrado al Señor, sin que nosotros nos
demos cuenta, se crea este microclima eclesiástico. No sólo los sacerdotes, los
obispos, también los fieles: ‘Pero nosotros somos aquellos que están con el
Señor. Y de tanto mirar al Señor no vemos las necesidades del Señor: no miramos
al Señor que tiene hambre, que tiene sed, que está en prisión, que está en el
hospital. Aquel Señor, en el marginado. Y este clima hace tanto mal”.
El Papa
describió asimismo al grupito que se siente elegido – “ahora somos elegidos,
estamos con el Señor”, dijo – y añadió que quieren conservar “este pequeño
mundo” alejando a quien “molestara al Señor”, incluso “los niños”. “Habían
olvidado, habían abandonado – notó Francisco – su primer amor”:
“Cuando
en la Iglesia los fieles, los ministros, se vuelven un grupo así… no eclesial,
sino ‘eclesiástico’, de privilegio de cercanía al Señor, tienen la tentación de
olvidar al primer amor, ese amor tan bello que todos nosotros hemos tenido
cuando el Señor nos ha llamado, nos ha salvado, nos ha dicho: ‘Pero te quiero
tanto’. Ésta es una tentación de los discípulos: olvidar el primer amor, o sea
olvidar también a las periferias, donde yo estaba antes, incluso si debo
avergonzarme”.
Después
está el tercer grupo de la escena: el “pueblo simple”, el que alaba a Dios por
la curación del ciego. “Cuántas veces – afirmó el Papa al respecto –
encontramos gente sencilla, tantas viejitas que caminan y van” incluso con
sacrificio “a rezar a un santuario de la Virgen”. “No piden privilegios, piden
sólo la gracia”. Es el “pueblo fiel” – concluyó Francisco – aquel “que sabe
seguir al Señor, sin pedir ningún privilegio”, capaz “de perder tiempo con el
Señor” y, sobre todo, de no olvidar a la “Iglesia marginada” de los niños, de
los enfermos, de los encarcelados:
“Pidamos
al Señor la gracia que todos nosotros, que tenemos la gracia de haber sido
llamados, jamás, jamás, jamás nos alejemos de esta Iglesia. Que jamás entremos
en este microclima de los discípulos eclesiásticos, privilegiados, que se
alejan de la Iglesia de Dios, que sufre, que pide salvación, que pide fe, que
pide la Palabra de Dios. Pidamos la gracia de ser pueblo fiel de Dios, sin
pedir al Señor ningún privilegio, que nos aleje del pueblo de Dios”.
(María
Fernanda Bernasconi - RV).
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