Despertémonos, por fin, hermanos;
resucitemos con Cristo, busquemos los bienes de arriba, pongamos nuestro
corazón en los bienes del cielo. Deseemos a los que nos desean, apresurémonos
hacia los que nos esperan, entremos a su presencia con el deseo de nuestra
alma. Hemos de desear no sólo la compañía, sino también la felicidad de que
gozan los santos, ambicionando ansiosamente la gloria que poseen aquellos cuya
presencia deseamos. Y esta ambición no es mala, ni incluye peligro alguno el
anhelo de compartir su gloria.
El segundo deseo que enciende en nosotros la conmemoración de los santos es que, cómo a ellos, también a nosotros se nos manifieste Cristo, que es nuestra vida, y que nos manifestemos también nosotros con él, revestidos de gloria. Entretanto, aquel que es nuestra cabeza se nos representa no tal como es, sino tal como se hizo por nosotros, no coronado de gloria, sino rodeado de las espinas de nuestros pecados. Teniendo a aquel que es nuestra cabeza coronado de espinas, nosotros, miembros
Deseemos, pues, esta gloria con un afán seguro y total. Mas, para que nos sea permitido esperar esta gloria y aspirar a tan gran felicidad, debemos desear también, en gran manera, la intercesión de los santos, para que ella nos obtenga lo que supera nuestras fuerzas.
(Sermón 2: Opera omnia, edición cisterciense, 5 (1968), 364-368)
suyos, debemos avergonzarnos de nuestros
refinamientos y de buscar cualquier púrpura que sea de honor y no de irrisión.
Llegará un día en que vendrá Cristo, y entonces ya no se anunciará su muerte,
para recordarnos que también nosotros estamos muertos y nuestra vida está
oculta con él. Se manifestará la cabeza gloriosa y, junto con él, brillarán
glorificados sus miembros, cuando transfigurará nuestro pobre cuerpo en un
cuerpo glorioso semejante a la cabeza, que es él.
El segundo deseo que enciende en nosotros la conmemoración de los santos es que, cómo a ellos, también a nosotros se nos manifieste Cristo, que es nuestra vida, y que nos manifestemos también nosotros con él, revestidos de gloria. Entretanto, aquel que es nuestra cabeza se nos representa no tal como es, sino tal como se hizo por nosotros, no coronado de gloria, sino rodeado de las espinas de nuestros pecados. Teniendo a aquel que es nuestra cabeza coronado de espinas, nosotros, miembros
Deseemos, pues, esta gloria con un afán seguro y total. Mas, para que nos sea permitido esperar esta gloria y aspirar a tan gran felicidad, debemos desear también, en gran manera, la intercesión de los santos, para que ella nos obtenga lo que supera nuestras fuerzas.
(Sermón 2: Opera omnia, edición cisterciense, 5 (1968), 364-368)
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