Él es el centro
de la historia y del Universo; Él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de
nuestra vida, hombre de dolor y de esperanza; Él, ciertamente, vendrá de nuevo
y será finalmente nuestro Juez y también, como esperamos, nuestra plenitud de
vida y nuestra felicidad.
Yo nunca me
cansaría de hablar de Él; Él es la Luz, la Verdad, más aún, el Camino, y la
Verdad y la Vida; Él el Pan y la fuente de agua viva que satisface nuestra
hambre y nuestra sed, nuestro consuelo, nuestro hermano. Él, como nosotros y
más que nosotros, fue pequeño, pobre, humillado, sujeto al trabajo, oprimido,
paciente. Por nosotros habló, obró milagros, instituyó el Nuevo Reino en el que
los pobres son bienaventurados, en el que la paz es el principio de la
convivencia, en el que los limpios de corazón y los que lloran son ensalzados y
consolados, en el que los que tienen hambre de justicia son saciados, en el que
los pecadores pueden alcanzar el perdón, en el que todos son hermanos.
Este es
Jesucristo, de quien ya han oído hablar, al cual muchos de ustedes ya
pertenecen, por vuestra condición de cristianos. A ustedes, cristianos, les
repito su nombre, a todos se lo anuncio: Cristo Jesús es el Principio y el Fin,
el Alfa y la Omega, el Rey del mundo, la arcana y suprema Razón de la historia
humana y de nuestro destino; Él es el mediador, a manera de puente, entre la
tierra y el cielo; Él es el hijo del hombre por antonomasia, porque es el Hijo
de Dios, eterno, infinito, y el Hijo de María, bendita entre todas las mujeres,
su madre según la carne; nuestra madre por la comunión con el Espíritu del
Cuerpo Místico.
¡JESUCRISTO! Recuérdenlo siempre: Él es el
objeto perenne de nuestra predicación; nuestro anhelo es que su nombre resuene
hasta los confines de la tierra y por los siglos de los siglos.
HOMILÍA DEL PAPA PABLO VI EN MANILA - 29 de noviembre de 1970
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