El Santo Padre se ha desplazado
esta mañana a la Casina Pío IV en el Vaticano, en ocasión de la Asamblea
Plenaria de la Academia Pontificia de las Ciencias y la inauguración de un
busto en honor a Benedicto XVI al que ha definido como un gran Papa. ''Grande
por la fuerza y la penetración de su inteligencia, grande por su importante
contribución a la teología, a su gran amor por la Iglesia y los seres humanos,
grande por su virtud y religiosidad''. Asimismo el Papa ha recordado que
Benedicto XVI fue el primero en invitar a un Presidente de esta Academia a
participar al Sínodo sobre la nueva evangelización ''consciente de la
importancia de la ciencia en la cultura moderna''.
Francisco no ha querido entrar
en el complejo tema que actualmente trata la Academia: ''La evolución del
concepto de naturaleza''; sólo ha señalado ''que Dios y Cristo caminan con
nosotros, y están presentes también en la naturaleza''. ''Cuando leemos en el
Génesis el relato de la creación,-ha dicho- creemos imaginar que Dios es un
mago, que con una varita mágica ha hecho todas las cosas. Pero no es así. Él ha
creado a los seres y les ha dejado desarrollarse según las leyes internas que
dio a cada uno, para que.. alcanzasen su propio desarrollo. Dio la autonomía a
los seres del universo al mismo tiempo que les aseguraba su continua presencia,
dando el ser a toda realidad. Y así la creación ha proseguido su marcha por
siglos y siglos, milenios y milenios hasta que se ha convertido en lo que hoy
conocemos; exactamente porque Dios no es un mago sino el Creador que da el ser
a todas las cosas.
El inicio del mundo no es obra del caos que debe a otro su
origen, sino que se deriva directamente de un Principio supremo que crea por
amor. El Big-Bang, que hoy se sitúa en el origen del mundo, no contradice la
intervención de un creador divino, al contrario, la requiere. La evolución de
la naturaleza no contrasta con la noción de creación, porque la evolución
presupone la creación de los seres que evolucionan''.
''En cuanto al ser humano, -ha
continuado-, hay un cambio y una novedad. Cuando, en el sexto día de la
historia del Génesis, llega la creación del hombre, Dios da al ser humano otra
autonomía, una autonomía diferente a la de la naturaleza, que es la libertad. Y
dice al hombre que ponga nombre a todas las cosas y siga hacia delante en el
curso de la historia. Le hace responsable de la creación, para que domine la
creación, para que la desarrolle y así hasta el final de los tiempos.
Por eso
al científico, y sobre todo al científico cristiano corresponde la actitud de
interrogarse sobre el futuro de la humanidad y de la tierra y, como ser libre y
responsable, de contribuir a prepararlo, a defenderlo, y a eliminar los riesgos
del medio ambiente, sean naturales que humanos. Pero, al mismo tiempo, el
científico debe estar movido por la confianza en que la naturaleza esconda, en
sus mecanismos evolutivos, potenciales que toca a la inteligencia y a la
libertad descubrir y poner en práctica para llegar al desarrollo que está en el
diseño del Creador. Entonces, por muy limitada que sea, la acción del hombre
participa de la potencia de Dios y es capaz de construir un mundo apropiado
para su doble vida corporal y espiritual; construir un mundo humano para todos
los seres humanos y no para un grupo o clase de personas privilegiadas.
''Esta esperanza y confianza en
Dios, Autor de la naturaleza, y en la capacidad del espíritu humano -ha
concluido- pueden proporcionar al investigador una nueva energía y una
serenidad profunda. Pero también es cierto que la acción del hombre, cuando su
libertad se convierte en autonomía - que no es libertad, sino autonomía -
destruye la creación y el hombre usurpa el lugar del Creador. Y este es el gran
pecado contra Dios Creador''.
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