Mt 18, 15-20
Aunque las palabras de Jesús,
recogidas por Mateo, son de gran importancia para la vida de las comunidades
cristianas, pocas veces atraen la atención de comentaristas y predicadores.
Esta es la promesa de Jesús: “Donde dos o tres están reunidos en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos”.
Jesús no está pensando en
celebraciones masivas como las de la Plaza de San Pedro en Roma. Aunque solo
sean dos o tres, allí está él en medio de ellos. No es necesario que esté
presente la jerarquía; no hace falta que sean muchos los reunidos.
Lo importante es que “estén
reunidos”, no dispersos, ni enfrentados: que no vivan descalificándose unos a
otros. Lo decisivo es que se reúnan “en su nombre”: que escuchen su
llamada, que vivan identificados con su proyecto del reino de Dios. Que Jesús
sea el centro de su pequeño grupo.
Esta presencia viva y real de
Jesús es la que ha de animar, guiar y sostener a las pequeñas comunidades de
sus seguidores. Es Jesús quien ha de alentar su oración, sus celebraciones,
proyectos y actividades. Esta presencia es el “secreto” de toda comunidad
cristiana viva.
Los cristianos no podemos
reunirnos hoy en nuestros grupos y comunidades de cualquier manera: por
costumbre, por inercia o para cumplir unas obligaciones religiosas. Seremos
muchos o, tal vez, pocos. Pero lo importante es que nos reunamos en su nombre,
atraídos por su persona y por su proyecto de hacer un mundo más humano.
Hemos de reavivar la conciencia
de que somos comunidades de Jesús. Nos reunimos para escuchar su Evangelio,
para mantener vivo su recuerdo, para contagiarnos de su Espíritu, para acoger
en nosotros su alegría y su paz, para anunciar su Buena Noticia.
El futuro de la fe cristiana
dependerá en buena parte de lo que hagamos los cristianos en nuestras
comunidades concretas las próximas décadas. No basta lo que pueda hacer el Papa
Francisco en el Vaticano. No podemos tampoco poner nuestra esperanza en el
puñado de sacerdotes que puedan ordenarse los próximos años. Nuestra única esperanza
es Jesucristo.
Somos nosotros los que hemos de
centrar nuestras comunidades cristianas en la persona de Jesús como la única
fuerza capaz de regenerar nuestra fe gastada y rutinaria. El único capaz de
atraer a los hombres y mujeres de hoy. El único capaz de engendrar una fe nueva
en estos tiempos de incredulidad. La renovación de las instancias centrales de
la Iglesia es urgente. Los decretos de reformas, necesarios. Pero nada tan
decisivo como el volver con radicalidad a Jesucristo.
José Antonio Pagola
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