Todo esto no sucedió porque sí, sino por disposición divina. La bondad de Dios actuó en este caso de un modo admirable, ya que aquel discípulo que había dudado, al palpar las heridas del cuerpo de su maestro, curó las heridas de nuestra incredulidad. Más provechosa fue para nuestra fe la incredulidad de Tomás que la fe de los otros discípulos, ya que, al ser él inducido a creer por el hecho de haber palpado, nuestra mente, libre de toda duda, es confirmada en la fe. De este modo, en efecto, aquel discípulo que dudó y que palpó se convirtió en testigo de la realidad de la resurrección. [...]
Y es para nosotros motivo de alegría lo que sigue a continuación: Dichosos
los que sin ver han creído. En esta sentencia el Señor nos designa
especialmente a nosotros, que lo guardamos en nuestra mente sin haberlo visto
corporalmente. Nos designa a nosotros, con tal de que las obras acompañen
nuestra fe, porque el que cree de verdad es el que obra según su fe. Por el contrario,
respecto de aquellos que creen sólo de palabra, dice Pablo: Van haciendo
profesión de conocer a Dios, y lo van negando con sus obras. Y Santiago dice:
La fe, si no va acompañada de las obras, está muerta.
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