Mt 13,
1-23
Al
terminar el relato de la parábola del sembrador, Jesús hace esta llamada: "El
que tenga oídos para oír, que oiga". Se nos pide que prestemos mucha
atención a la parábola. Pero, ¿en qué hemos de reflexionar? ¿En el sembrador?
¿En la semilla? ¿En los diferentes terrenos?
Tradicionalmente,
los cristianos nos hemos fijado casi exclusivamente en los terrenos en que cae
la semilla, para revisar cuál es nuestra actitud al escuchar el Evangelio. Sin
embargo es importante prestar atención al sembrador y a su modo de sembrar.
Es lo
primero que dice el relato: "Salió el sembrador a sembrar". Lo
hace con una confianza sorprendente. Siembra de manera abundante. La semilla
cae y cae por todas partes, incluso donde parece difícil que la semilla pueda
germinar. Así lo hacían los campesinos de Galilea, que sembraban incluso al
borde de los caminos y en terrenos pedregosos.
A la
gente no le es difícil identificar al sembrador. Así siembra Jesús su mensaje.
Lo ven salir todas las mañanas a anunciar la Buena Noticia de Dios. Siembra su
Palabra entre la gente sencilla que lo acoge, y también entre los escribas y
fariseos que lo rechazan. Nunca se desalienta. Su siembra no será estéril.
Desbordados
por una fuerte crisis religiosa, podemos pensar que el Evangelio ha perdido su
fuerza original y que el mensaje de Jesús ya no tiene garra para atraer la
atención del hombre o la mujer de hoy. Ciertamente, no es el momento de
"cosechar" éxitos llamativos, sino de aprender a sembrar sin
desalentarnos, con más humildad y verdad.
No es el
Evangelio el que ha perdido fuerza humanizadora, somos nosotros los que lo
estamos anunciando con una fe débil y vacilante. No es Jesús el que ha perdido
poder de atracción. Somos nosotros los que lo desvirtuamos con nuestras
incoherencias y contradicciones.
El Papa
Francisco dice que, cuando un cristiano no vive una adhesión fuerte a Jesús,
"pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite,
le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada,
segura, enamorada, no convence a nadie".
Evangelizar
no es propagar una doctrina, sino hacer presente en medio de la sociedad y en
el corazón de las personas la fuerza humanizadora y salvadora de Jesús. Y esto
no se puede hacer de cualquier manera. Lo más decisivo no es el número de
predicadores, catequistas y enseñantes de religión, sino la calidad evangélica
que podamos irradiar los cristianos. ¿Qué contagiamos? ¿Indiferencia o fe
convencida? ¿Mediocridad o pasión por una vida más humana?
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