Ignacio, por sobrenombre Teóforo, es decir,
Portador de Dios, a la Iglesia de Magnesia del Meandro, a la bendecida en la
gracia de Dios Padre por Jesucristo, nuestro Salvador: mi saludo en él y mis
votos por su más grande alegría en Dios Padre y en Jesucristo.
Es necesario
que no tengáis en menos la poca edad de vuestro obispo, sino que, mirando en él
el poder de Dios Padre, le tributéis toda reverencia. Así he sabido que
vuestros santos presbíteros no menosprecian su juvenil condición; que salta a
la vista, sino que, como prudentes en Dios, le son obedientes, o por mejor
decir, no a él, sino al Padre de Jesucristo, que es el obispo o supervisor de
todos. Así pues, para honor de aquel que nos ha amado es conveniente obedecer sin ningún género de fingimiento; porque no
es a este o a aquel obispo que vemos a quien se trataría de engañar, sino que
el engaño iría dirigido contra el obispo invisible; es decir, en este caso, ya
no es contra un hombre mortal, sino contra Dios, a quien aun lo escondido está
patente.
Ahora bien, las cosas están tocando a su término, y se nos proponen juntamente estas dos cosas: la muerte y la vida, y cada uno irá a su propio lugar. Es como si se tratara de dos monedas, una de Dios y otra del mundo, que llevan cada una grabado su propio cuño: los incrédulos el de este mundo, y los que han permanecido fieles por la caridad, el cuño de Dios Padre, grabado por Jesucristo. Y si no estamos dispuestos a morir por él, para imitar su pasión, tampoco tendremos su vida en nosotros.
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