Tocamos continuamente la lucha entre el bien y
el mal. En la familia y en el trabajo. En la ciudad y en el Estado. Entre
amigos y con desconocidos.
Esa lucha penetra
también en lo más profundo de mi corazón. A veces opto por el bien: soy
generoso, perdono, fomento la paciencia, me comprometo a ayudar a familiares,
amigos y conocidos. Otras veces elijo el mal: busco sólo mis intereses, me dejo
atrapar por la avaricia, envidio a quien parece tener éxito, daño con mi lengua
a cercanos o lejanos.
Se trata de una
lucha que recorre toda la historia humana, y que llegó a niveles inauditos
durante la vida de Cristo: el Maligno en persona tentó al Maestro, y desencadenó
odios que llevaron al drama del Calvario.
Pero la última
palabra de la historia humana queda en manos de Dios, que es bueno,
omnipotente, misericordioso. La esperanza, desde entonces, es la palabra clave
para la vida del cristiano.
En medio de la
lucha, ante las tentaciones de cada día, necesitamos mirar hacia un crucifijo
para aprender el camino que lleva a la victoria: humildad, total obediencia al
Padre, perdón, entrega hasta el heroísmo.
Tenemos, además, la
presencia de una Madre. Ella está cerca de los hijos. Ella nos indica el camino
que lleva a Cristo. Ella nos da un ejemplo maravilloso de escucha y acogida de
todo aquello que Dios pueda pedirnos.
A la Virgen María
san Juan Pablo II dirigió una emotiva oración ante los males del mundo, que
necesitamos recordar en medio de la lucha que vivimos en nuestros días:
Corazón
Inmaculado! Ayúdanos a vencer la amenaza del mal, que tan fácilmente se arraiga
en los corazones de los hombres de hoy y que con sus efectos inconmensurables
pesa ya sobre la vida presente y da la impresión de cerrar el camino hacia el
futuro.
¡Del hambre y de la guerra, líbranos!
¡De la guerra nuclear, de una autodestrucción incalculable y de todo tipo de guerra, líbranos!
¡De los pecados contra la vida del hombre desde su primer instante, líbranos!
¡Del odio y del envilecimiento de la dignidad de los hijos de Dios, líbranos!
¡De toda clase de injusticias en la vida social, nacional e internacional, líbranos!
¡De la facilidad de pisotear los mandamientos de Dios, líbranos!
¡De la tentativa de ofuscar en los corazones humanos la verdad misma de Dios, líbranos!
¡Del extravío de la conciencia del bien y del mal, líbranos!
¡De los pecados contra el Espíritu Santo, líbranos!, ¡líbranos! (Juan Pablo II, 25 de marzo de 1984).
Estamos en una lucha a muerte. Cada derrota implica un avance del pecado en nuestra historia. Cada victoria abre el mundo a Dios y aumenta el amor hacia el hermano.
En este momento decido. Necesito ayuda, desde una súplica humilde a Cristo y a su Madre para que la gracia triunfe en más y más corazones, también en el mío...
¡Del hambre y de la guerra, líbranos!
¡De la guerra nuclear, de una autodestrucción incalculable y de todo tipo de guerra, líbranos!
¡De los pecados contra la vida del hombre desde su primer instante, líbranos!
¡Del odio y del envilecimiento de la dignidad de los hijos de Dios, líbranos!
¡De toda clase de injusticias en la vida social, nacional e internacional, líbranos!
¡De la facilidad de pisotear los mandamientos de Dios, líbranos!
¡De la tentativa de ofuscar en los corazones humanos la verdad misma de Dios, líbranos!
¡Del extravío de la conciencia del bien y del mal, líbranos!
¡De los pecados contra el Espíritu Santo, líbranos!, ¡líbranos! (Juan Pablo II, 25 de marzo de 1984).
Estamos en una lucha a muerte. Cada derrota implica un avance del pecado en nuestra historia. Cada victoria abre el mundo a Dios y aumenta el amor hacia el hermano.
En este momento decido. Necesito ayuda, desde una súplica humilde a Cristo y a su Madre para que la gracia triunfe en más y más corazones, también en el mío...
P. Fernando Pascual.
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