Evangelizadores con Espíritu quiere decir
evangelizadores que se abren sin temor a la acción del Espíritu Santo. En
Pentecostés, el Espíritu hace salir de sí mismos a los Apóstoles y los
transforma en anunciadores de las grandezas de Dios, que cada uno comienza a
entender en su propia lengua. El Espíritu Santo, además, infunde la fuerza para
anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a
contracorriente. Invoquémoslo hoy, bien apoyados en la oración, sin la cual
toda acción corre el riesgo de quedarse vacía y el anuncio finalmente carece de
alma. Jesús quiere evangelizadores que anuncien la Buena Noticia no sólo
con palabras sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la
presencia de Dios.
Una evangelización con espíritu es muy diferente
de un conjunto de tareas vividas como una obligación pesada que simplemente se
tolera, o se sobrelleva como algo que contradice las propias inclinaciones y
deseos.
Una evangelización con espíritu es una
evangelización con Espíritu Santo, ya que Él es el alma de la Iglesia
evangelizadora. Antes de proponeros algunas motivaciones y sugerencias
espirituales, invoco una vez más al Espíritu Santo; le ruego que venga a
renovar, a sacudir, a impulsar a la Iglesia en una audaz salida fuera de sí
para evangelizar a todos los pueblos.
Evangelizadores con Espíritu quiere decir
evangelizadores que oran y trabajan. Y no digamos que hoy es más difícil;
es distinto. Pero aprendamos de los santos que nos han precedido y enfrentaron
las dificultades propias de su época. Para ello, os propongo que nos detengamos
a recuperar algunas motivaciones que nos ayuden a imitarlos hoy[207].
La primera motivación para evangelizar es
el amor de Jesús que hemos recibido, esa experiencia de ser salvados por Él que
nos mueve a amarlo siempre más. Pero
¿qué amor es ese que no siente la necesidad de hablar del ser amado, de
mostrarlo, de hacerlo conocer? Si no sentimos el intenso deseo de
comunicarlo, necesitamos detenernos en oración para pedirle a Él que vuelva a
cautivarnos. Nos hace falta clamar cada día, pedir su gracia para que nos abra
el corazón frío y sacuda nuestra vida tibia y superficial. Puestos ante Él con
el corazón abierto, dejando que Él nos contemple, reconocemos esa mirada de
amor que descubrió Natanael el día que Jesús se hizo presente y le dijo:
«Cuando estabas debajo de la higuera, te vi» (Jn 1,48). ¡Qué
dulce es estar frente a un crucifijo, o de rodillas delante del Santísimo, y
simplemente ser ante sus ojos!
A
veces perdemos el entusiasmo por la misión al olvidar que el Evangelio responde
a las necesidades más profundas de
las personas, porque todos hemos sido creados para lo que el
Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno. Cuando se logra
expresar adecuadamente y con belleza el contenido esencial del Evangelio,
seguramente ese mensaje hablará a las búsquedas más hondas de los corazones:
«El misionero está convencido de que existe ya en las personas y en los
pueblos, por la acción del Espíritu, una espera, aunque sea inconsciente, por
conocer la verdad sobre Dios, sobre el hombre, sobre el camino que lleva a la
liberación del pecado y de la muerte. El entusiasmo por anunciar a Cristo
deriva de la convicción de responder a esta esperanza»
No
se puede perseverar en una evangelización fervorosa si uno no sigue convencido,
por experiencia propia, de que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no
conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo
poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo,
adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. No es lo mismo
tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia
razón. Sabemos bien que la vida con Él se vuelve mucho más plena y que con Él
es más fácil encontrarle un sentido a todo. Por eso evangelizamos. El verdadero
misionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla
con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de
la tarea misionera. Si uno no lo descubre a Él presente en el corazón mismo de la
entrega misionera, pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que
transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida,
entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie.
Comentarios que hizo nuestro Papa Francisco en su Exhortación apostólica “Evangelii Gaudium” sobre los evangelizadores:
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