Queridos hermanos:
En nuestra vida frecuentemente experimentamos nuestra fragilidad, nuestros límites y clausuras. Con el don de fortaleza, el Espíritu Santo nos ayuda a superar nuestra debilidad, para que seamos capaces de responder al amor del Señor.
Hay momentos
en que este don se manifiesta de modo extraordinario, como ocurre en el caso de
tantos hermanos nuestros que no han dudado en entregar su vida por fidelidad al
Señor y a su Evangelio.
También hoy sigue habiendo muchos cristianos que, en
distintas partes del mundo, dan testimonio de su fe, con convicción y
serenidad, aun a costa de sus vidas. Esto sólo es posible por la acción del
Espíritu Santo que infunde fortaleza y confianza.
Sin embargo, no debemos
pensar que este don es sólo para las circunstancias extraordinarias; también en
nuestra vida de cada día el Espíritu Santo nos hace sentir la cercanía del
Señor, nos sostiene y fortalece en las fatigas y pruebas de la vida, para que
no nos dejemos llevar de la tentación del desaliento, y busquemos la santidad
en nuestra vida ordinaria. Pero para que todo esto sea realidad, es necesario
que al don de fortaleza se le una la humildad del corazón.
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