A primera hora de la mañana el
Santo Padre se desplazó a la Explanada de las Mezquitas, también conocida como
el Monte del Templo. Se trata de una explanada artificial con forma trapezoidal
que ocupa un sexto de la superficie de la Ciudad Vieja de Jerusalén.
El área es
relevante para las tres religiones monoteístas, es tres veces sagrada. Para los
judíos era el lugar donde Abraham tendría que haber sacrificado a Isaac, así
como el del templo de Salomón. Para los musulmanes es la tercera etapa de
peregrinación, después de la Meca y la Medina. Y para los cristianos, en
cambio, es el lugar donde Cristo habló de la destrucción del Templo de
Jerusalén.
En esta explanada se encuentran dos de los templos más importantes
del islam: la Mezquita de Al-Aqsa y la Cúpula de la Roca.
''Siguiendo las huellas de mis Predecesores -dijo el Papa-
y, sobre todo, la luminosa estela dejada por el viaje de Pablo VI, hace ya
cincuenta años –el primer viaje de un Papa a Tierra Santa–, he tenido mucho
interés en venir como peregrino a visitar los lugares que han visto la
presencia terrena de Jesucristo.
Pero mi peregrinación no sería completa
-destacó- si no incluyese también el encuentro con las personas y comunidades
que viven en esta Tierra, y por eso, me alegro de poder estar con ustedes,
fieles musulmanes, queridos hermanos''. Francisco recordó la figura de Abraham
'que vivió como peregrino en estas tierras'. ''Musulmanes, cristianos y judíos
reconocen a Abraham, si bien cada uno de manera diferente, como padre en la fe
y un gran ejemplo a imitar. Él se hizo peregrino, dejando a su gente, su casa,
para emprender la aventura espiritual a la que Dios lo llamaba''.
El Papa continuó hablando de Abraham, el peregrino, al que
describió como ''una persona que se hace pobre, que se pone en camino, que
persigue una meta grande apasionadamente, que vive de la esperanza de una
promesa recibida'' y aseguró que ''ésa debería ser también nuestra actitud espiritual.
Nunca podemos considerarnos auto suficientes, dueños de nuestra vida; no
podemos limitarnos a quedarnos encerrados, seguros de nuestras convicciones.
Ante el misterio de Dios, todos somos pobres, sentimos que tenemos que estar
siempre dispuestos a salir de nosotros mismos, dóciles a la llamada que Dios
nos hace, abiertos al futuro que Él quiere construir para nosotros''. 'En
nuestra peregrinación terrena no estamos solos -continuó-: nos encontramos con
otros hermanos, a veces compartimos con ellos un tramo del camino, otras veces
hacemos juntos una pausa reparadora.
''Así es el encuentro de hoy, -continuó- y lo vivo con
particular gratitud: se trata de un agradable descanso juntos, que ha sido
posible gracias a su hospitalidad, en esa peregrinación que es nuestra vida y
la de nuestras comunidades. Vivimos una comunicación y un intercambio fraterno
que pueden reponernos y darnos nuevas fuerzas para afrontar los retos comunes
que se nos plantean. De hecho, no podemos olvidar que la peregrinación de Abraham
ha sido también una llamada a la justicia: Dios ha querido que sea testigo de
su actuación e imitador suyo. También nosotros quisiéramos ser testigos de la
acción de Dios en el mundo y por eso, precisamente en este encuentro, oímos
resonar intensamente la llamada a ser agentes de paz y de justicia, a implorar
en la oración estos dones y a aprender de lo alto la misericordia, la grandeza
de ánimo, la compasión''.
Antes de concluir, el Pontífice lanzó un llamamiento ''a
todas las personas y comunidades que se reconocen en Abraham: Respetémonos y
amémonos los unos a los otros como hermanos y hermanas -dijo-. Aprendamos a
comprender el dolor del otro. Que nadie instrumentalice el nombre de Dios para
la violencia. Trabajemos juntos por la justicia y por la paz''.
Finalizado su discurso, el Santo Padre se trasladó al Muro
Occidental, conocido como el "Muro de las Lamentaciones".
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