LOS ENEMIGOS QUE HAY QUE AMAR
El mandamiento nuevo de amar a los enemigos se refiere a
los enemigos co-lectivos y también a todo enemigo personal, como lo ilustra la
exigencia de no amar sólo «a los que nos aman». Jesús nos invita
a superar nuestra ten-dencia natural a no amar más que a los que manifiestan
interés y afecto por no-sotros. El amor del cristiano tiene que dirigirse
también a todos los que no lo aman y que incluso llegan a hacerle
personalmente daño.
¿QUÉ QUIERE DECIR AMAR?
El amor del que habla Jesús no es un cuestión de emoción o
de sentimientos. Es una cuestión de actitud benévola, que se traduce en
acciones concretas: «orar» por los que nos persiguen, «saludar»
a los que no son hermanos nuestros, es decir, desearles la «paz»,
los bienes mesiánicos prometidos por Dios. En el pasaje paralelo de Lucas, el
mandamiento de amar a los enemigos se precisa con otros tres imperativos: «haced
bien», «bendecid» y «orad». Para Jesús,
«amor» significa entonces benevolencia activa para con todos los hombres,
interés por su bien, oración a Dios por ellos.
EL MODELO DIVINO
El discípulo
no se convierte en hijo sino en la medida en que obra como el Padre, es decir,
en la medida en que ama a su prójimo, incluso a su enemigo, como lo ama el
Padre. El mandamiento tiene por objeto di-recto el amor a los enemigos, pero
más profundamente recae sobre el ser-hijos. Se nos invita a
convertirnos en lo que ya somos: hijos del Padre, o sea, re-producir en
nosotros el ser y obrar del Padre para con todos. La paternidad de Dios es
portarse como hijos y portarse como hermanos
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