Este domingo al mediodía el Papa
Francisco dirigió el rezo del Ángelus. En su alocución previa el Obispo de
Roma, recordando especialmente a nuestros hermanos que se encuentran en
necesidad, observó que el camino que Jesús indica puede parecer poco realista
con respecto a la mentalidad común y a los problemas de la crisis económica;
pero, si pensamos bien, nos conduce a la escala justa de valores. “Para hacer
que a nadie le falte el pan, el agua, el vestido, la casa, el trabajo, la
salud, es necesario que todos nos reconozcamos hijos del Padre que está en el
cielo y por lo tanto hermanos entre nosotros, y nos comportemos
consecuentemente.”
(RC-RV)
(RC-RV)
Palabras del Papa antes
del rezo del Ángelus:
Queridos hermanos y
hermanas, ¡buenos días!
Al centro de la Liturgia de este domingo encontramos una de las verdades más confortantes: la divina Providencia. El profeta Isaías la presenta con la imagen del amor materno lleno de ternura. Y dice asi: “¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!” (49,15). ¡Que hermoso es esto! Dios no se olvida de nosotros, de ninguno de nosotros, ¿eh? De ninguno de nosotros, nos recuerda con nombre y apellido. Nos ama y no se olvida. Que hermoso es pensar en esto. Esta invitación a la confianza en Dios encuentra un paralelo en la página del Evangelio de Mateo: “Miren los pájaros del cielo –dice Jesús- ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta.… Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos.” (Mt 6,26.28-29).
Al centro de la Liturgia de este domingo encontramos una de las verdades más confortantes: la divina Providencia. El profeta Isaías la presenta con la imagen del amor materno lleno de ternura. Y dice asi: “¿Se olvida una madre de su criatura, no se compadece del hijo de sus entrañas? ¡Pero aunque ella se olvide, yo no te olvidaré!” (49,15). ¡Que hermoso es esto! Dios no se olvida de nosotros, de ninguno de nosotros, ¿eh? De ninguno de nosotros, nos recuerda con nombre y apellido. Nos ama y no se olvida. Que hermoso es pensar en esto. Esta invitación a la confianza en Dios encuentra un paralelo en la página del Evangelio de Mateo: “Miren los pájaros del cielo –dice Jesús- ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta.… Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos.” (Mt 6,26.28-29).
Pero pensando en
tantas personas que viven en condiciones de precariedad, o incluso en la
miseria que ofende su dignidad, estas palabras de Jesús podrían parecer
abstractas, si no ilusorias. ¡En realidad son más que nunca actuales! Nos
recuerdan que no se puede servir a dos patrones: Dios y la riqueza. Mientras
cada uno busque acumular para sí, jamás habrá justicia. Debemos escuchar bien
esto, ¿eh? Mientras cada uno busque acumular para sí, jamás habrá justicia.
Si
en cambio, confiando en la providencia de Dios, buscamos juntos su Reino,
entonces a nadie faltará lo necesario para vivir dignamente.
Un corazón ocupado por la furia de poseer es un corazón lleno de esta furia de poseer, pero vacío de Dios. Por eso Jesús ha advertido varias veces a los ricos, porque en ellos es fuerte el riesgo de colocar la propia seguridad en los bienes de este mundo, y la seguridad, la seguridad definitiva, está en Dios. En un corazón poseído por las riquezas, no hay más espacio para la fe. Todo está ocupado por las riquezas, no hay lugar para la fe. Si en cambio se deja a Dios el lugar que le espera, o sea el primer lugar, entonces su amor conduce a compartir también las riquezas, a ponerlas al servicio de proyectos de solidaridad y de desarrollo, como demuestran tantos ejemplos, también recientes, en la historia de la Iglesia.
Un corazón ocupado por la furia de poseer es un corazón lleno de esta furia de poseer, pero vacío de Dios. Por eso Jesús ha advertido varias veces a los ricos, porque en ellos es fuerte el riesgo de colocar la propia seguridad en los bienes de este mundo, y la seguridad, la seguridad definitiva, está en Dios. En un corazón poseído por las riquezas, no hay más espacio para la fe. Todo está ocupado por las riquezas, no hay lugar para la fe. Si en cambio se deja a Dios el lugar que le espera, o sea el primer lugar, entonces su amor conduce a compartir también las riquezas, a ponerlas al servicio de proyectos de solidaridad y de desarrollo, como demuestran tantos ejemplos, también recientes, en la historia de la Iglesia.
Y así, la Providencia de Dios pasa a través de nuestro servicio a los
demás, nuestro compartir con los demás. Si cada uno de nosotros no acumula
riquezas solamente para sí sino que las pone al servicio de los demás, en este
caso la Providencia de Dios se hace visible como un gesto de solidaridad. Si en
cambio alguien acumula solo para sí, ¿qué le pasará cuando será llamado por
Dios? No podrá llevarse las riquezas consigo porque -sepan- la mortaja ¡no
tiene bolsillos!
Es mejor compartir, porque solamente llevamos al cielo aquello
que hemos compartido con los demás.
El camino que Jesús indica puede parecer poco realista con respecto a la mentalidad común y a los problemas de la crisis económica; pero, si pensamos bien, nos conduce a la escala justa de valores. Él dice: “¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido?” (Mt 6,25). Para hacer que a nadie le falte el pan, el agua, el vestido, la casa, el trabajo, la salud, es necesario que todos nos reconozcamos hijos del Padre que está en el cielo y por lo tanto hermanos entre nosotros, y nos comportemos consecuentemente. Esto lo recordé en el Mensaje para la Paz del 1 de enero: el camino para la paz es la fraternidad: este caminar juntos, compartir las cosas.
A la luz de la Palabra de Dios de este domingo, invoquemos a la Virgen María como Madre de la divina Providencia. A ella confiamos nuestra existencia, el camino de la Iglesia y de la humanidad. En particular, invoquemos su intercesión para que todos nos esforcemos en vivir con un estilo simple y sobrio, con la mirada atenta a las necesidades de los hermanos más necesitados.
(RC-RV)
El camino que Jesús indica puede parecer poco realista con respecto a la mentalidad común y a los problemas de la crisis económica; pero, si pensamos bien, nos conduce a la escala justa de valores. Él dice: “¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido?” (Mt 6,25). Para hacer que a nadie le falte el pan, el agua, el vestido, la casa, el trabajo, la salud, es necesario que todos nos reconozcamos hijos del Padre que está en el cielo y por lo tanto hermanos entre nosotros, y nos comportemos consecuentemente. Esto lo recordé en el Mensaje para la Paz del 1 de enero: el camino para la paz es la fraternidad: este caminar juntos, compartir las cosas.
A la luz de la Palabra de Dios de este domingo, invoquemos a la Virgen María como Madre de la divina Providencia. A ella confiamos nuestra existencia, el camino de la Iglesia y de la humanidad. En particular, invoquemos su intercesión para que todos nos esforcemos en vivir con un estilo simple y sobrio, con la mirada atenta a las necesidades de los hermanos más necesitados.
(RC-RV)
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