domingo, 2 de febrero de 2014

REFLEXIÓN DEL PAPA FRANCISCO EN LA FIESTA DE LA CANDELARIA - TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA DE HOY: EL ENCUENTRO ENTRE JÓVENES Y ANCIANOS EN EL CAMINO DEL SEÑOR


«La fiesta de la Presentación de Jesús al Templo es llamada también la fiesta del encuentro: el encuentro entre Jesús y su pueblo; cuando María y José llevaron a su niño al Templo de Jerusalén, ocurrió el primer encuentro entre Jesús y su pueblo, representado por dos ancianos, Simeón y Ana.

Aquél fue también un encuentro dentro de la historia del pueblo, un encuentro entre los jóvenes y los ancianos: los jóvenes eran María y José, con su recién nacido; y los ancianos eran Simeón y Ana, dos personajes que frecuentaban el Templo. 

Observemos qué dice de ellos el evangelista Lucas, cómo los describe. De la Virgen y de san José repite cuatro veces que querían hacer aquello que estaba prescrito por la Ley del Señor (cfr Lc 2,22.23.24.27). Se intuye, casi se percibe, que los padres de Jesús se alegran de observar los preceptos de Dios, sí, ¡la alegría de caminar en la Ley del Señor! 

Son dos recién casados, acaban de tener un niño, y están animados por el deseo de cumplir lo que está prescrito. No es un hecho exterior, no es por cumplir la regla, ¡no! Es un deseo fuerte, profundo, lleno da alegría. Es lo que dice el Salmo: «Tendré en cuenta tus caminos. Mi alegría está en tus preceptos … Tu ley es toda mi alegría» (119,14.77).

¿Y qué dice san Lucas de los ancianos? Subraya que estaban guiados por el Espíritu Santo. De Simeón afirma que era justo y piadoso, y esperaba el consuelo de Israel y que «el Espíritu Santo estaba en él» (2,25); dice que «el Espíritu Santo le había prometido» que no moriría antes de ver al Mesías del Señor (v. 26); y finalmente que se dirigió al Templo «conducido por el Espíritu» (v. 27). 

De Ana dice que era una «profetisa» (v. 36), o sea, inspirada por Dios; y que no se apartaba del Templo, «sirviendo a Dios noche y día con ayunos y oraciones» (v. 37). En resumen, estos dos ancianos ¡están llenos de vida! Están llenos de vida porque son animados por el Espíritu Santo, dóciles a su acción, sensibles a sus llamados…

Y he aquí el encuentro entre la santa Familia y estos dos representantes del pueblo santo de Dios. En el centro está Jesús. Es Él quien mueve todo, que atrae a unos y otros al Templo, que es la casa de su Padre.

Es un encuentro entre los jóvenes llenos de alegría en el observar la Ley del Señor y los ancianos llenos de alegría por la acción del Espíritu Santo. ¡Es un encuentro singular entre observancia y profecía, donde los jóvenes son los observantes y los ancianos son los proféticos! 

En realidad, si reflexionamos bien, la observancia de la Ley está animada por el mismo Espíritu, y la profecía se mueve en el camino trazado por la Ley. ¿Quién más que María está llena de Espíritu Santo? ¿Quién más que ella es dócil a su acción? 

A la luz de esta escena evangélica miremos a la vida consagrada como un encuentro con Cristo: es Él quien viene a nosotros, traído por María y José, y somos nosotros los que vamos hacia Él, guiados por el Espíritu Santo. Pero en el centro está Él. Él mueve todo, Él nos atrae al Templo, a la Iglesia, en donde podemos encontrarlo, reconocerlo, acogerlo, abrazarlo. 

Jesús nos sale al encuentro en la Iglesia a través del carisma fundacional de un Instituto: ¡es bello pensar así en nuestra vocación! Nuestro encuentro con Cristo ha tomado su forma en la Iglesia mediante el carisma de un testigo suyo, de una testigo suya. Esto nos sorprende siempre y nos hace dar gracias.

Y también en la vida consagrada se vive el encuentro entre los jóvenes y los ancianos, entre observancia y profecía. ¡No las veamos como dos realidades que se contraponen! Dejemos más bien que el Espíritu Santo anime a ambas, y la señal de esto es la alegría: la alegría de observar, de caminar en una regla de vida; y la alegría de estar guiados por el Espíritu, jamás rígidos, jamás cerrados, siempre abiertos a la voz de Dios que habla, que abre, que conduce, que nos invita a ir hacia el horizonte.

Hace bien a los ancianos comunicar la sabiduría a los jóvenes y hace bien a los jóvenes recoger este patrimonio de experiencia y de sabiduría, y llevarlo adelante – no para guardarlo en un museo, sino para llevarlo adelante. Por el bien de las respectivas familias religiosas y de toda la Iglesia.

Que la gracia de este misterio, el misterio del encuentro, nos ilumine y nos consuele en nuestro camino. Amén».
(traducción del italiano: Raúl Cabrera – RV)

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