domingo, 23 de febrero de 2014

Escuchemos a Jesús que camina delante de nosotros, en la Iglesia, orando por la paz en el mundo y los cristianos perseguidos, exhorta el Papa

Ante la presencia de Benedicto XVI, en la Basílica Vaticana, en esta fiesta de la Cátedra de San Pedro, el Papa Francisco presidió el primer Consistorio ordinario público de su pontificado, para la creación de 19 nuevos Cardenales, la imposición de la birreta, la entrega del anillo y la asignación del título o diaconía. En su intensa alocución el Papa Bergoglio destacó que también en este momento Jesús camina delante de nosotros y recordó la primera Misa con los purpurados después de su elección pontificia, con las palabras del Señor: caminar, construir, confesar. Sin olvidar la importancia de que Jesús no vino a enseñar una filosofía o ideología, sino un camino – el de la Cruz - , el Obispo de Roma hizo hincapié en la pasión, muerte y resurrección del Señor. Y alentando a dejarnos convocar por nuestro único Maestro, el Santo Padre indicó lo que la Iglesia necesita: colaboración, comunión, valentía para anunciar el Evangelio, testimonio y oración. Y rogando e invitando a rezar por la paz, en particular en este momento de dolor y de sufrimiento en tantos países del mundo, el Papa Francisco recordó a las comunidades eclesiales y a los cristianos que padecen discriminaciones y persecuciones. (CdM - RV)
 


Texto completo de la homilía del Santo Padre Francisco:

 

«Y Jesús iba delante de ellos...» (Mc 10, 32)
También en este momento Jesús camina delante de nosotros. Él siempre está delante de nosotros. Él nos precede y nos abre el camino... 

Y ésta es nuestra confianza y nuestra alegría: ser discípulos suyos, estar con él, caminar detrás de él, seguirlo...
Cuando con los cardenales hemos concelebrado juntos la primera Misa en la Capilla Sixtina, «caminar» ha sido la primera palabra que el Señor nos ha propuesto: caminar, y después construir y confesar.
 

Hoy vuelve esta palabra, pero como un acto, como una acción de Jesús que continúa: «Jesús caminaba...». Nos llama la atención esto en los evangelios: Jesús camina mucho e instruye a los suyos a lo largo del camino. Esto es importante. Jesús no ha venido a enseñar una filosofía, una ideología..., sino un «camino», una senda para recorrerla con él, y la senda se aprende haciéndola, caminando. Sí, queridos hermanos, esta es nuestra alegría: caminar con Jesús.
Y esto no es fácil, no es cómodo, porque la senda que Jesús elije es el camino de la cruz. 

Mientras van de camino, él habla a sus discípulos de lo que le sucederá en Jerusalén: anuncia su pasión, muerte y resurrección. Y ellos se quedan «sorprendidos» y «asustados». Sorprendidos, ciertamente, porque para ellos subir a Jerusalén significaba participar en el triunfo del Mesías, en su victoria, como se ve luego en la petición de Santiago y Juan; y asustados por lo que Jesús habría tenido que sufrir, y que también ellos corrían el riesgo de padecer.

A diferencia de los discípulos de entonces, nosotros sabemos que Jesús ha vencido, y no deberíamos tener miedo de la cruz, aún más, en la Cruz tenemos nuestra esperanza. No obstante, también nosotros somos humanos, pecadores, y estamos expuestos a la tentación de pensar según el modo de los hombres y no de Dios.
Y cuando se pien
sa de modo mundano, ¿cuál es la consecuencia? Dice el Evangelio: «Los otros diez se indignaron contra Santiago y Juan» (v. 41). Ellos se indignaron. Si prevalece la mentalidad del mundo, surgen las rivalidades, las envidias, los bandos...
 


Así pues, esta palabra que hoy nos dirige el Señor es muy saludable. Nos purifica interiormente, ilumina nuestra conciencia y nos ayuda a ponernos en plena sintonía con Jesús, y a hacerlo juntos, en el momento en que el Colegio de Cardenales se incrementa con el ingreso de nuevos miembros.
«Llamándolos Jesús a sí...» (Mc 10, 42). 

He aquí el otro gesto del Señor. Durante el camino, se da cuenta de que necesita hablar a los Doce, se detiene y los llama a sí. Hermanos, dejemos que el Señor Jesús nos llame a sí. Dejémonos convocar por él. Y escuchémosle con la alegría de acoger juntos su palabra, de dejarnos enseñar por ella y por el Espíritu Santo, para ser cada vez más un solo corazón y una sola alma alrededor de él.
Y mientras estamos así, convocados, «llamados a sí» por nuestro único Maestro, también yo les digo lo que la Iglesia necesita: tiene necesidad de ustedes, de su colaboración y, por encima de todo, de su comunión, conmigo y entre ustedes. 

La Iglesia necesita su valor para anunciar el Evangelio en toda ocasión, oportuna e inoportunamente, y para dar testimonio de la verdad. La Iglesia necesita sus oraciones, - ¡no lo olvidemos! - para el buen camino del rebaño de Cristo, la oración que, con el anuncio de la Palabra, es el primer deber del Obispo. La Iglesia necesita su compasión sobre todo en estos momentos de dolor y sufrimiento en tantos países del mundo. Expresemos juntos nuestra cercanía espiritual a las comunidades eclesiales y a todos los cristianos que sufren discriminación y persecución. ¡Debemos luchar contra toda discriminación! La Iglesia necesita que recemos por ellos, para que sean fuertes en la fe y sepan reaccionar con el bien ante el mal. Y esta oración nuestra se extiende a todos los hombres y mujeres que padecen injusticia a causa de sus convicciones religiosas.
La Iglesia también necesita de nosotros para que seamos hombres de paz y construyamos la paz con nuestras obras, nuestros deseos, nuestras oraciones: ¡hacer la paz! ¡Artesanos de la paz! por ello imploramos la paz y la reconciliación para los pueblos que en estos tiempos sufren la prueba de la violencia, de la exclusión y de la guerra.
Gracias, queridos hermanos. ¡Gracias! Caminemos juntos tras el Señor, y en medio del Pueblo fiel - del santo Pueblo fiel de Dios - dejémonos convocar cada vez más por él a la Santa Madre Iglesia. ¡Gracias!

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