Es
inaceptable que la vida de un ser humano tenga menos valor que una supuesta
seguridad o impermeabilidad de las fronteras de un estado.
Es
inaceptable que una decisión política vaya llenando de sepulturas un camino que
los pobres recorren con la fuerza de una esperanza.
Es
inaceptable que mercancías y capitales gocen de más derechos que los pobres
para entrar en un país.
Es
inaceptable que las políticas migratorias de los llamados países desarrollados,
ignoren a los empobrecidos de la tierra, vulneren sus derechos fundamentales, y
se conviertan en el caldo de cultivo necesario para que se multiplique en los
caminos de los emigrantes el poder de las mafias que los explotan.
Es
inaceptable que se reclamen fronteras impermeables para los pacíficos de la
tierra, y se toleren permeables para el dinero de la corrupción, para el
turismo sexual, para la trata de personas, para el comercio de armas.
Es
inaceptable que una política inhumana de fronteras obligue a las fuerzas del
orden a cargar la vida entera con la memoria de muertes que nunca quisieron
causar.
Es
inaceptable que el mundo político no tenga una palabra creíble que dar y una
mano firme que ofrecer a los excluidos de una vida digna.
Es
inaceptable que a los fallecidos en las fronteras se les haga culpables,
primero de su miseria, y luego de su muerte. Ellos no son agresores: han sido
agredidos desde que sus corazones empezaron a latir al sur del Sahara, hasta
que se paran para siempre, antes en nuestra indiferencia que en nuestras
fronteras.
Es
inaceptable que el negrero de ayer perviva en los gobiernos que hoy vuelven a
encadenar la libertad de los africanos, supeditándola a los mismos intereses y
al mismo poder opresor.
Desde la
impotencia a la esperanza:
Queridos:
ante el drama de sufrimientos y muerte en que el poder ha convertido los
caminos de los emigrantes, es difícil que apartemos de nuestro corazón
sentimientos de frustración, de impotencia, de tristeza, de indignación. Pero
nuestro compromiso con la vida de los pobres no nace de esos sentimientos, sino
de un amor incondicional, un amor fiel, que a todos se nos ha manifestado, y
que a todos nos ha reunido para siempre en el único cuerpo de Cristo.
“No te
cierres a tu propia carne”: no te cierres al sufrimiento de Cristo.
En este
camino el poder no puede seguirnos. A él sólo le pedimos que sea justo. A
nosotros el amor nos pide dar incluso la vida por el bien de los demás.
Y son
muchas las cosas que, hasta dar la vida, podemos hacer: Tenemos la fuerza del
amor y de la oración, una fuerza que es capaz de mover el mundo. Podemos hacer
que los emigrantes no estén solos en su camino, y podemos dejar solos a
quienes, gobiernos o mafias, les están robando la vida. Podemos compartir con
el emigrante nuestro poco de leña, nuestro poco de agua, la última harina de
nuestra vasija, el último aceite de nuestra alcuza. Podemos darles voz para que
se escuche su grito, podemos llamar a las puertas de cada conciencia para que
la sociedad reclame una nueva política de fronteras, y, con terquedad de
discípulos de Jesús, podemos recordar a cada hombre que es su propia carne,
también la de Cristo, la que, día a día, es condenada a muerte en las fronteras
del sur de Europa.
Queridos:
no me dejéis sin vuestra oración.
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