De las catequesis de san
Cirilo de Jerusalén, obispo
La fe, aunque por su nombre es una, tiene dos
realidades distintas. Hay, en efecto, una fe por la que se cree en los dogmas y
que exige que el espíritu atienda y la voluntad se adhiera a determinadas verdades;
esta fe es útil al alma, como lo dice el mismo Señor: Quien escucha mi palabra
y cree al que me envió posee la vida eterna y no se le llamará a juicio; y añade: El que cree
en el Hijo no está condenado, sino que ha pasado ya de la muerte a la vida.
¡Oh gran bondad de Dios para con los hombres! Los
antiguos justos, ciertamente, pudieron agradar a Dios empleando para este fin
los largos años de su vida; mas lo que ellos consiguieron con su esforzado y
generoso servicio de muchos años, eso mismo te concede a ti Jesús realizarlo en
un solo momento. Si, en efecto, crees que Jesucristo es el Señor y que Dios lo
resucitó de entre los muertos, conseguirás la salvación y serás llevado al
paraíso por aquel mismo que recibió en su reino al buen ladrón. No desconfíes
ni dudes de si ello va a ser posible o no: el que salvó en el Gólgota al ladrón
a causa de una sola hora de fe, él mismo te salvará también a ti si creyeres.
La otra clase de fe es aquella que Cristo concede a
algunos como don gratuito: Uno recibe del Espíritu el hablar con sabiduría;
otro, el hablar con inteligencia, según el mismo Espíritu. Hay quien, por el
mismo Espíritu, recibe el don de la fe; y otro, por el mismo Espíritu, don de
curar.
Esta gracia de fe que da el Espíritu no consiste
solamente en una fe dogmática, sino también en aquella otra fe capaz de
realizar obras que superan toda posibilidad humana; quien tiene esta fe podría
decir a una montaña que viniera aquí, y vendría. Cuando uno, guiado por esta
fe, dice esto y cree sin dudar en su corazón que lo que dice se realizará,
entonces este tal ha recibido el don de esta fe.
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