En primer lugar, debemos recordar que el protagonista del perdón de los pecados es el Espíritu Santo. Él es el protagonista. En su primera aparición a los Apóstoles en el Cenáculo, -hemos escuchado- Jesús resucitado hizo el gesto de soplar sobre ellos, diciendo: "Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. (Jn 20:22 -23). Jesús, transfigurado en su cuerpo, ahora es el hombre nuevo, que ofrece los dones de Pascua fruto de su muerte y resurrección: ¿y cuáles son estos dones? La paz, la alegría, el perdón de los pecados, la misión, pero sobre todo dona al Espíritu Santo que todo esto es la fuente. Del Espíritu Santo vienen todos estos dones. El aliento de Jesús, acompañado de las palabras con las que comunica el Espíritu, indica la transmisión de la vida, la nueva vida regenerada por el perdón.
Pero antes de hacer el gesto de soplar y donar el Espíritu, Jesús muestra
sus heridas en sus manos y el costado: estas heridas representan el precio de
nuestra salvación. El Espíritu Santo nos trae el perdón de Dios "pasando
por "las llagas de Jesús. Estas llagas que Él ha querido conservar.
También en este tiempo, en el cielo, Él muestra al Padre las heridas con las
que nos ha redimido. Y por la fuerza de estas llagas son perdonados nuestros
pecados. Así que Jesús dio su vida por nuestra paz, por nuestra alegría, por la
gracia de nuestra alma, para el perdón de nuestros pecados. Y esto es muy
bonito, mirar a Jesús así.
Y vengamos al segundo elemento: Jesús da a los Apóstoles el poder de
perdonar los pecados. ¿Pero cómo es esto? Porque es un poco difícil entender
como un hombre puede perdonar los pecados. Jesús da el poder. La Iglesia es
depositaria del poder de las llaves: para abrir, cerrar, para perdonar. Dios
perdona a cada hombre en su misericordia soberana, pero Él mismo quiso que los
que pertenezcan a Cristo y a su Iglesia, reciban el perdón a través de los
ministros de la Comunidad. A través del ministerio apostólico la misericordia
de Dios me alcanza, mis pecados son perdonados y se me da la alegría. De este
modo, Jesús nos llama a vivir la reconciliación incluso en la dimensión
eclesial, comunitaria. Y esto es muy hermoso. La Iglesia, que es santa y a la
vez necesitada de penitencia, nos acompaña en nuestro camino de conversión toda
la vida. La Iglesia no es la dueña del poder de las llaves: no es dueña, sino
que es sierva del ministerio de misericordia y se alegra siempre que puede
ofrecer este regalo divino.
Muchas personas, quizá no entienden la dimensión eclesial del perdón,
porque domina siempre el individualismo, el subjetivismo, y también nosotros
cristianos sufrimos esto. Por supuesto, Dios perdona a todo pecador
arrepentido, personalmente, pero el cristiano está unido a Cristo, y Cristo
está unido a la Iglesia. Y para nosotros cristianos hay un regalo más, y hay
también un compromiso más: pasar humildemente a través del ministerio eclesial.
¡Y eso tenemos que valorizarlo! Es un don, pero es también una curación, es una
protección y también la seguridad de que Dios nos ha perdonado. Voy del hermano
sacerdote y digo: "Padre, he hecho esto..." "Pero yo te perdono:
es Dios quien perdona y yo estoy seguro, en ese momento, que Dios me ha
perdonado. ¡Y esto es hermoso! Esto es tener la seguridad de lo que siempre
decimos: "¡Dios siempre nos perdona! ¡No se cansa de perdonar!".
Nunca debemos cansarnos de ir a pedir perdón. "Pero, padre, me da
vergüenza ir a decirle mis pecados...". "¡Pero, mira, nuestras
madres, nuestras mujeres, decían que es mejor sonrojarse una vez, que mil veces
tener el color amarillo, eh!" Tú te sonrojas una vez, te perdona los pecados
y adelante...
Finalmente, un último punto: el sacerdote instrumento para el perdón de los
pecados. El perdón de Dios que se nos da en la Iglesia, se nos transmite a
través del ministerio de un hermano nuestro, el sacerdote; también él un hombre
que, como nosotros, necesita la misericordia, se hace realmente instrumento de
misericordia, dándonos el amor sin límites de Dios Padre. También los
sacerdotes deben confesarse, incluso los obispos: todos somos pecadores.
¡Incluso el Papa se confiesa cada quince días, porque el Papa es también un
pecador! Y el confesor siente lo que yo le digo, me aconseja y me perdona,
porque todos tenemos necesidad de este perdón. A veces se oye a alguien que
dice que se confiesa directamente con Dios... Sí, como decía antes, Dios
siempre te escucha, pero en el Sacramento de la Reconciliación envía un hermano
para traerte el perdón, la seguridad del perdón, en nombre de la Iglesia.
El servicio que presta el sacerdote como ministro, por parte de Dios, para perdonar los pecados, es muy delicado, es un servicio muy delicado y requiere que su corazón esté en paz; que el sacerdote tenga el corazón en paz, que no maltrate a los fieles, sino que sea apacible, benevolente y misericordioso; que sepa sembrar esperanza en los corazones y, sobre todo, que sea consciente de que el hermano o la hermana que se acerca al sacramento de la Reconciliación busca el perdón y lo hace como se acercaban tantas personas a Jesús, para que las curara. El sacerdote que no tiene esta disposición de ánimo es mejor que hasta que no se corrija, no administre este Sacramento. Los fieles penitentes tienen el deber ¿no? Tienen el derecho. Nosotros tenemos el derecho, todos los fieles de encontrar en los sacerdotes los servidores del perdón de Dios.
¿Queridos hermanos y hermanas, como miembros de la Iglesia, -pregunto-somos conscientes de la belleza de este don que Dios mismo nos da? ¿Sentimos la alegría de esta curación, de esta atención maternal que la Iglesia tiene para nosotros? ¿Sabemos valorarla con simplicidad? No olvidemos que Dios nunca se cansa de perdonarnos; mediante el ministerio del sacerdote nos estrecha en un nuevo abrazo que nos regenera y nos permite levantarnos de nuevo y reanudar el camino. Porque ésta es nuestra vida: continuamente levantarse y seguir adelante. ¡Gracias!
El servicio que presta el sacerdote como ministro, por parte de Dios, para perdonar los pecados, es muy delicado, es un servicio muy delicado y requiere que su corazón esté en paz; que el sacerdote tenga el corazón en paz, que no maltrate a los fieles, sino que sea apacible, benevolente y misericordioso; que sepa sembrar esperanza en los corazones y, sobre todo, que sea consciente de que el hermano o la hermana que se acerca al sacramento de la Reconciliación busca el perdón y lo hace como se acercaban tantas personas a Jesús, para que las curara. El sacerdote que no tiene esta disposición de ánimo es mejor que hasta que no se corrija, no administre este Sacramento. Los fieles penitentes tienen el deber ¿no? Tienen el derecho. Nosotros tenemos el derecho, todos los fieles de encontrar en los sacerdotes los servidores del perdón de Dios.
¿Queridos hermanos y hermanas, como miembros de la Iglesia, -pregunto-somos conscientes de la belleza de este don que Dios mismo nos da? ¿Sentimos la alegría de esta curación, de esta atención maternal que la Iglesia tiene para nosotros? ¿Sabemos valorarla con simplicidad? No olvidemos que Dios nunca se cansa de perdonarnos; mediante el ministerio del sacerdote nos estrecha en un nuevo abrazo que nos regenera y nos permite levantarnos de nuevo y reanudar el camino. Porque ésta es nuestra vida: continuamente levantarse y seguir adelante. ¡Gracias!
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