No existe «un protocolo de la acción de Dios en nuestra vida», pero podemos
estar seguros de que, tarde o temprano, interviene «a su modo». Por ello no
podemos dejarnos llevar por la impaciencia o por el escepticismo, porque cuando
nos desanimamos y «decidimos bajar de la cruz, lo hacemos siempre cinco minutos
antes de la revelación». Saber aceptar y reconocer los tiempos de Dios fue la
invitación del Papa durante la misa que celebró el viernes 28 de junio en la
capilla de la Domus Sanctae Mathae.
Dios camina siempre con nosotros «y esto es seguro», dijo el Pontífice.
«Desde el primer momento de la creación —explicó— el Señor se involucró con
nosotros. Nos creó a su imagen y semejanza». El Señor está cerca de su pueblo,
muy cerca, Él mismo lo dice: ¿Qué nación tiene un Dios tan cercano como
vosotros?».
«Esta cercanía del Señor —afirmó el Papa— es un signo de su amor. La vida es
un camino que Él ha querido recorrer junto a nosotros». Pero, precisó, «cuando
el Señor viene, no siempre lo hace de la misma manera. No existe un protocolo de
la acción de Dios en nuestra vida. Una vez lo hace de una manera, y en otra
ocasión lo hace distinto. Pero lo hace siempre». «El Señor toma su tiempo
—continuó el Pontífice—, pero también, en esta relación con nosotros, tiene
mucha paciencia. Nos espera hasta el final de la vida, como al buen ladrón que
al final reconoció a Dios».
«En la vida, algunas veces, las cosas llegan a ser muy oscuras —explicó el
Papa—. Y sentimos ganas, si estamos en dificultad, de bajar de la cruz. Y éste
es el momento preciso: la noche es más oscura cuando el alba se acerca. Siempre
cuando bajamos de la cruz, lo hacemos cinco minutos antes de que venga la
revelación. Es el momento de la impaciencia más grande». Aquí nos ayuda la
enseñanza de Jesús que «en la cruz sentía que lo desafiábamos: “¡baja!, ¡ven!”».
Se requiere «paciencia hasta el final, porque Él tiene paciencia con
nosotros».
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