El Señor escoge su modo de entrar en nuestra vida y esto requiere paciencia de parte nuestra, porque no siempre se deja ver por nosotros.
El Señor entra lentamente en la vida de Abraham. Tiene 99 años cuando le promete un hijo. En cambio entra de inmediato en la vida del leproso: Jesús escucha su oración, lo toca y he aquí el milagro.
El Señor elige comprometerse "en nuestra vida, en la vida de su pueblo". Cuando el Señor viene, no siempre lo hace de la misma forma. No existe un protocolo de acción de Dios en nuestra vida, no existe. Una vez, lo hace de una forma, la otra vez de otra pero lo hace siempre. Siempre existe este encuentro entre nosotros y el Señor.
El Señor escoge siempre su modo de entrar en nuestra vida. Muchas veces lo hace tan lentamente, que caemos un poco en el riesgo de perder la paciencia: "Pero Señor, ¿cuándo?" Y rezamos, rezamos... Y no llega su intervención en nuestra vida. Otras veces, cuando pensamos en aquello que el Señor nos ha prometido, que es tan grande, somos un poco incrédulos, un poco escépticos y como Abraham - un poco a escondidas - reímos... como Abraham agachándose, se puso a reír. Un poco de escepticismo "¿Acaso le va a nacer un hijo a un hombre de cien años? ¿Y puede Sara, a sus noventa años, dar a luz?"
El mismo escepticismo, lo tendrá Sara, en el encinar de Mamré, cuando tres ángeles dirán las mismas cosas dichas a Abraham. Cuantas veces, cuando el Señor no viene, no hace el milagro y no hace aquello que queremos que Él haga, nos volvemos impacientes o escépticos. Pero no lo hace, a los escépticos no puede hacerlo. El Señor toma su tiempo. Pero también Él, en esta relación con nosotros, tiene tanta paciencia. No sólo nosotros debemos tener paciencia: ¡Él la tiene! ¡Él nos espera! Y nos espera ¡hasta el final de la vida!
Pensemos en el buen ladrón, precisamente al final, reconoció a Dios. El Señor camina con nosotros, pero tantas veces no se deja ver, como en el caso de los discípulos de Emaús. El Señor está comprometido en nuestra vida - ¡esto es seguro!- pero tantas veces no lo vemos. Esto nos pide paciencia. Pero el Señor que camina con nosotros, Él también tiene tanta paciencia con nosotros.
Algunas veces en la vida, las cosas se vuelven tan oscuras, hay tanta oscuridad, que tenemos ganas - si estamos en dificultad - de bajar de la Cruz. Este, es el momento preciso: la noche es más oscura, cuando la aurora está cerca. Y siempre cuando nos bajamos de la Cruz, lo hacemos cinco minutos antes que llegue la liberación, en el momento de la impaciencia más grande:
Jesús, sobre la Cruz, escuchaba que lo desafiaban: "¡Baja!, ¡Baja! ¡Ven!". Paciencia hasta el final, porque Él tiene paciencia con nosotros. Él entra siempre, Él está comprometido con nosotros, pero lo hace a su manera y cuando Él piensa que es mejor. Sólo nos dice aquello que dijo a Abraham: "Camina en mi presencia y sé perfecto, sé irreprensible, es la palabra justa."
Camina en mi presencia y trata de ser irreprensible. Éste es el camino con el Señor y Él interviene, pero debemos esperar, esperar el momento, caminando siempre en su presencia y tratando de ser irreprensibles. Pidamos esta gracia al Señor: caminar siempre en su presencia, tratando de ser irreprensibles.
Fragmento de la homilía de la misa en Santa Martha 28 de junio 2013
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