miércoles, 31 de julio de 2013

EL PAPA FRANCISCO CELEBRA A SAN IGNACIO DE LOYOLA

Oración de San Ignacio de Loyola


ALMA DE CRISTO


Alma de Cristo, santifícame.
Cuerpo de Cristo, sálvame.
Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.
¡Oh, buen Jesús!, óyeme.
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame.
Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe.

Por los siglos de los siglos. Amén.

martes, 30 de julio de 2013

DIOS ES BUENO Y ES OMNIPOTENTE


Dios es bueno y es omnipotente. Así lo enseñaron algunos filósofos. Así lo creemos los católicos. A veces, sin embargo, surgen nubes en el horizonte. Incluso un pensador lanzó, hace ya muchos siglos, sus dudas: ¿cómo puede ser Dios bueno y omnipotente si en el mundo encontramos tantos males?

Si hubiera una respuesta fácil, las dudas desaparecerían. Pero el mal sigue allí, ante nosotros, y la pregunta siembra inquietudes e incluso protestas en no pocos corazones.

Sentimos en lo más íntimo del alma que un Dios bueno y omnipotente podría evitar crímenes, detener guerras, curar enfermedades, aliviar hambres endémicas, conducir los corazones hacia la paz, la concordia, el gozo, la justicia.

Luego, vemos, tocamos o recibimos noticias de cientos de males. Un nuevo conflicto armado. Unas inundaciones que provocan miles de víctimas. Un terremoto que destruye una ciudad. Un conflicto entre esposos que ha destrozado sus vidas y las de sus hijos.

Dios, ¿dónde está? Es la pregunta que lanza el afligido de todos los tiempos, que suplica y pide ayuda mientras espera una respuesta: "Yahveh, escucha mi oración, llegue hasta ti mi grito; no ocultes lejos de mí tu rostro el día de mi angustia; tiende hacia mí tu oído, ¡el día en que te invoco, presto, respóndeme!" (Sal 102,2-3).

La respuesta del Dios bueno, aunque no siempre llegamos a reconocerla, ya fue formulada y está presente en el mundo y la historia. La Encarnación del Hijo, su pasar haciendo el bien, sus milagros y sus enseñanzas, encendieron un fuego en la tierra. El Reino de Dios, desde entonces, ya está presente (cf. Mt 12,28).

Cuando las fuerzas del mal llevaron a Cristo a la muerte en el Calvario, la victoria del bien se hizo visible en el gran día de la Pascua: la tumba no pudo contener a Cristo, porque el Amor es omnipotente.

Esa es la gran respuesta de Dios ante los males de cada día. Desde la fe, que es luz para guiar nuestros pasos (cf. la encíclica "Lumen fidei"), el creyente sabe que Dios está vivo, que acompaña a quienes sufren, que perdona los pecados, y que abre horizontes de esperanza y paz para los corazones.

P. Fernando Pascual

lunes, 29 de julio de 2013

El consejo de Jesús a Marta

¿Cuál es el sentido de la vida humana?

 Es ésta una pregunta que todos nos hacemos cuando vemos que no podemos lograr todo lo que queremos, cuando vemos que muere una persona en el inicio mismo de su vida, cuando contemplamos el sufrimiento de tantos seres humanos por culpa del egoísmo de los hombres, cuando vemos la desesperación de tantas personas ante el sufrimiento propio o de un ser querido.

 Y la realidad es que no podemos aceptar que todo se reduzca a nacer, vivir si es que se puede llamar vivir a muchas vidas, para terminar en la nada. El ser humano debe tener un fin más allá de las cosas que hace o que ve.

Marta representa para nosotros una forma de vivir. Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. Impresiona el cariño de Jesús por aquella mujer que se desvivía por atenderle y procurarle bienestar. El hecho de repetir dos veces su nombre es señal de cariño, de ternura y de reconocimiento a su labor.

Pero Jesús quiere prevenirla contra un gran escollo de la vida: el vivir sin más, el irse tragando los días sin ver en el horizonte, el hacer muchas cosas, pero no preocuparse de lo más importante.Marta es el símbolo de una humanidad que ha dado prioridad al hacer o al tener sobre el ser, a la eficacia sobre lo importante, a la inmanencia sobre la trascendencia.


Marta somos cada uno de nosotros cuando en el día al día decimos: "no tengo tiempo para rezar, no tengo tiempo para formarme, no tengo tiempo para pensar, no tengo tiempo para Dios". Basta asomarse a la calle y a las casas para ver cuánto se hace, cómo se corre, cómo se vive. Pareciera que estamos construyendo la ciudad terrena o que hubiera que terminar cada día algo que mañana hay que volver a empezar.

El consejo de Cristo a Marta, santa después al fin y al cabo, está lleno de afecto, de afecto del bueno. La invita a tomarse la vida de otra forma, a respirar, a vivir serenamente, a preocuparse más de las cosas del espíritu. Ahí va a encontrar la paz y la tranquilidad. Le enseña a construir el presente mirando a la eternidad, pues así aprenderá el verdadero valor de las cosas. Sin duda, Marta aprendió aquella lección y, sin dejar de ser la mujer activa y dinámica que era, en adelante su corazón se aficionó más a lo verdaderamente importante. Marta, por medio de Cristo, había comprendido que la vida tiene un sentido, que el fin del hombre está por encima de las cosas cotidianas.

domingo, 28 de julio de 2013

VIGILIA de ORACIÓN CON LOS JÓVENES. PAPA FRANCISCO.

Queridos jóvenesAl verlos a ustedes, presentes hoy aquí, me viene a la mente la historia de San Francisco de Asís. Ante el crucifijo oye la voz de Jesús, que le dice: «Ve, Francisco, y repara mi casa». Y el joven Francisco responde con prontitud y generosidad a esta llamada del Señor: repara mi casa. Pero, ¿qué casa? Poco a poco se da cuenta de que no se trataba de hacer de albañil para reparar un edificio de piedra, sino de dar su contribución a la vida de la Iglesia; se trataba de ponerse al servicio de la Iglesia, amándola y trabajando para que en ella se reflejara cada vez más el rostro de Cristo .

También hoy el Señor sigue necesitando a los jóvenes para su Iglesia. Queridos jóvenes, el Señor los necesita. También hoy llama a cada uno de ustedes a seguirlo en su Iglesia y a ser misioneros. Queridos jóvenes el Señor hoy los llama. No al montón. A vos, a vos, a vos, a cada uno. Escuchen en el corazón qué les dice. Pienso que podemos aprender algo de lo que pasó en estos días: cómo tuvimos que cancelar por el mal tiempo la realización de esta vigilia en el Campus Fidei, en Guaratiba. ¿No estaría el Señor queriendo decirnos que el verdadero campo de la fe, el verdadero Campus Fidei, no es un lugar geográfico sino que somos nosotros? ¡Sí! Es verdad. Cada uno de nosotros, cada uno ustedes, yo, todos. Y ser discípulo misionero significa saber que somos el Campo de la Fe de Dios.

Por eso, a partir de la imagen del Campo de la Fe, pensé en tres imágenes, tres, que nos pueden ayudar a entender mejor lo que significa ser un discípulo-misionero: la primera imagen, la primera, el campo como lugar donde se siembra; la segunda, el campo como lugar de entrenamiento; y la tercera, el campo como obra de construcción.

 1. Primero, el campo como lugar donde se siembra. Todos conocemos la parábola de Jesús que habla de un sembrador que salió a sembrar en un campo; algunas simientes cayeron al borde del camino, entre piedras o en medio de espinas, y no llegaron a desarrollarse; pero otras cayeron en tierra buena y dieron mucho fruto (cf. Mt13,1-9). Jesús mismo explicó el significado de la parábola: La simiente es la Palabra de Dios sembrada en nuestro corazón (cf. Mt 13,18-23). Hoy, todos los días, pero hoy de manera especial, Jesús siembra. Cuando aceptamos la Palabra de Dios, entonces somos el Campo de la Fe. Por favor, dejen que Cristo y su Palabra entren en su vida, dejen entrar la simiente de la Palabra de Dios, dejen que germine, dejen que crezca. Dios hace todo pero ustedes déjenlo hacer, dejen que Él trabaje en ese crecimiento.Jesús nos dice que las simientes que cayeron al borde del camino, o entre las piedras y en medio de espinas, no dieron fruto. Creo que con honestidad podemos hacernos la pregunta: ¿Qué clase de terreno somos, qué clase de terreno queremos ser? Quizás a veces somos como el camino: escuchamos al Señor, pero no cambia nada en nuestra vida, porque nos dejamos atontar por tantos reclamos superficiales que escuchamos. Yo les pregunto, pero no cojhntesten ahora, cada uno conteste en su corazón: ¿Yo soy un joven, una joven, atontado? O somos como el terreno pedregoso: acogemos a Jesús con entusiasmo, pero somos inconstantes ante las dificultades, no tenemos el valor de ir a contracorriente. Cada uno contestamos en nuestro corazón: ¿Tengo valor o soy cobarde? O somos como el terreno espinoso: las cosas, las pasiones negativas sofocan en nosotros las palabras del Señor (cf.Mt 13,18-22). ¿Tengo en mi corazón la costumbre de jugar a dos puntas, y quedar bien con Dios y quedar bien con el diablo? ¿Querer recibir la semilla de Jesús y a la vez regar las espinas y los yuyos que nacen en mi corazón? Cada uno en silencio se contesta.  Hoy, sin embargo, yo estoy seguro de que la simiente puede caer en buena tierra. Escuchamos estos testimonios, cómo la simiente cayó en buena tierra. No padre, yo no soy buena tierra, soy una calamidad, estoy lleno de piedras, de espinas, y de todo. Sí, puede que por arriba, pero hacé un pedacito, hacé un cachito de buena tierra y dejá que caiga allí, y vas a ver cómo germina. Yo sé que ustedes quieren ser buena tierra, cristianos en serio, no cristianos a medio tiempo, no cristianos «almidonados» con la nariz así [empinada] que parecen cristianos y en el fondo no hacen nada. No cristianos de fachada. Esos cristianos que son pura facha, sino cristianos auténticos.

Sé que ustedes no quieren vivir en la ilusión de una libertad chirle que se deja arrastrar por la moda y las conveniencias del momento. Sé que ustedes apuntan a lo alto, a decisiones definitivas que den pleno sentido. ¿Es así, o me equivoco? ¿Es así? Bueno, si es así hagamos una cosa: todos en silencio, miremos al corazón y cada uno dígale a Jesús que quiere recibir la semilla. Dígale a Jesús: Mira Jesús las piedras que hay, mirá las espina, mirá los yuyos, pero mirá este cachito de tierra que te ofrezco, para que entre la semilla. En silencio dejamos entrar la semilla de Jesús. Acuérdense de este momento. Cada uno sabe el nombre de la semilla que entró. Déjenla crecer y Dios la va a cuidar.

Ver más:http://www.vatican.va/holy_father/francesco/speeches/2013/july/documents/papa-francesco_20130727_gmg-veglia-giovani_sp.html

sábado, 27 de julio de 2013

PAPA FRANCISCO ÁNGELUS  / LA HORA DE MARÍA



Queridos hermanos y amigos Buenos días.Doy gracias a la Divina Providencia por haber guiado mis pasos hasta aquí, a la ciudad de San Sebastián de Río de Janeiro.

Agradezco de corazón a Mons. Orani y también a ustedes la cálida acogida, con la que manifiestan su afecto al Sucesor de Pedro.
 Me gustaría que mi paso por esta ciudad de Río renovase en todos el amor a Cristo y a la Iglesia, la alegría de estar unidos a Él y de pertenecer a la Iglesia, y el compromiso de vivir y dar testimonio de la fe.Una bellísima expresión popular de la fe es la oración del Angelus [en Brasil, la Hora de María]. Es una oración sencilla que se reza en tres momentos señalados de la jornada, que marcan el ritmo de nuestras actividades cotidianas: por la mañana, a mediodía y al atardecer. Pero es una oración importante; invito a todos a recitarla con el Avemaría.

 Nos recuerda un acontecimiento luminoso que ha transformado la historia: la Encarnación, el Hijo de Dios se ha hecho hombre en Jesús de Nazaret.Hoy la Iglesia celebra a los padres de la Virgen María, los abuelos de Jesús: los santos Joaquín y Ana. En su casa vino al mundo María, trayendo consigo el extraordinario misterio de la Inmaculada Concepción; en su casa creció acompañada por su amor y su fe; en su casa aprendió a escuchar al Señor y a seguir su voluntad. Los santos Joaquín y Ana forman parte de esa larga cadena que ha transmitido la fe y el amor de Dios, en el calor de la familia, hasta María que acogió en su seno al Hijo de Dios y lo dio al mundo, nos los ha dado a nosotros.


!Qué precioso es el valor de la familia, como lugar privilegiado para transmitir la fe! Refiriéndome al ambiente familiar quisiera subrayar una cosa: hoy, en esta fiesta de los santos Joaquín y Ana, se celebra, tanto en Brasil como en otros países, la fiesta de los abuelos. Qué importantes son en la vida de la familia para comunicar ese patrimonio de humanidad y de fe que es esencial para toda sociedad. Y qué importante es el encuentro y el diálogo intergeneracional, sobre todo dentro de la familia. El Documento conclusivo de Aparecida nos lo recuerda: “Niños y ancianos construyen el futuro de los pueblos. Los niños porque llevarán adelante la historia, los ancianos porque transmiten la experiencia y la sabiduría de su vida” (n. 447). Esta relación, este diálogo entre las generaciones, es un tesoro que tenemos que preservar y alimentar. En estas Jornadas de la Juventud, los jóvenes quieren saludar a los abuelos. Los saludan con todo cariño. Los abuelos. Saludemos a los abuelos. Ellos, los jóvenes, saludan a sus abuelos con mucho afecto y les agradecen el testimonio de sabiduría que nos ofrecen continuamente.Y ahora, en esta Plaza, en sus calles adyacentes, en las casas que viven con nosotros este momento de oración, sintámonos como una gran familia y dirijámonos a María para que proteja a nuestras familias, las haga hogares de fe y de amor, en los que se sienta la presencia de su Hijo Jesús.l

viernes, 26 de julio de 2013

ENCUENTRO CON LOS JÓVENES ARGENTINOS EN LA CATEDRAL DE SAN SEBASTIÁN

Gracias.. Gracias.. por estar hoy aquí, por haber venido… Gracias a los que están adentro y muchas gracias a los que están afuera. A los 30 mil, que me dicen que hay afuera. Desde acá los saludo; están bajo la lluvia... Gracias por el gesto de acercarse... Gracias por haber venido a la Jornada de la Juventud. Yo le sugerí al doctor Gasbarri, que es el que maneja, el que organiza el viaje, si hubiera un lugarcito para encontrarme con ustedes, y en medio día tenía arreglado todo. Así que también le quiero agradecer públicamente al doctor Gasbarri esto que ha logrado hoy.Quisiera decir una cosa: ¿qué es lo que espero como consecuencia de la Jornada de la Juventud? Espero lío. Que acá adentro va a haber lío, va a haber.
Que acá en Río va a haber lío, va a haber. Pero quiero lío en las diócesis, quiero que se salga afuera… Quiero que la Iglesia salga a la calle, quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos.Las parroquias, los colegios, las instituciones son para salir; si no salen se convierten en una ONG, y la Iglesia no puede ser una ONG. Que me perdonen los Obispos y los curas, si algunos después le arman lío a ustedes, pero.. Es el consejo. Y gracias por lo que puedan hacer.Miren, yo pienso que, en este momento, esta civilización mundial se pasó de rosca, se pasó de rosca, porque es tal el culto que ha hecho al dios dinero, que estamos presenciando una filosofía y una praxis de exclusión de los dos polos de la vida que son las promesas de los pueblos. Exclusión de los ancianos, por supuesto, porque uno podría pensar que podría haber una especie de eutanasia escondida; es decir, no se cuida a los ancianos; pero también está la eutanasia cultural: no se les deja hablar, no se les deja actuar. Y exclusión de los jóvenes. El porcentaje que hay de jóvenes sin trabajo, sin empleo, es muy alto, y es una generación que no tiene la experiencia de la dignidad ganada por el trabajo. O sea, esta civilización nos ha llevado a excluir las dos puntas, que son el futuro nuestro. Entonces, los jóvenes: tienen que salir, tienen que hacerse valer; los jóvenes tienen que salir a luchar por los valores, a luchar por esos valores; y los viejos abran la boca, los ancianos abran la boca y enséñennos; transmítannos la sabiduría de los pueblos. En el pueblo argentino, yo se los pido de corazón a los ancianos: no claudiquen de ser la reserva cultural de nuestro pueblo que trasmite la justicia, que trasmite la historia, que trasmite los valores, que trasmite la memoria del pueblo. Y ustedes, por favor, no se metan contra los viejos; déjenlos hablar, escúchenlos, y lleven adelante. Pero sepan, sepan que, en este momento, ustedes, los jóvenes, y los ancianos, están condenados al mismo destino: exclusión; no se dejen excluir. ¿Está claro? Por eso, creo que tienen que trabajar. Y la fe en Jesucristo no es broma, es algo muy serio. Es un escándalo que Dios haya venido a hacerse uno de nosotros; es un escándalo, y que haya muerto en la Cruz, es un escándalo: El escándalo de la Cruz. La Cruz sigue siendo escándalo, pero es el único camino seguro: el de la Cruz, el de Jesús, la encarnación de Jesús. Por favor, no licuen la fe en Jesucristo. Hay licuado de naranja, hay licuado de manzana, hay licuado de banana, pero, por favor, no tomen licuado de fe. La fe es entera, no se licua. Es la fe en Jesús. Es la fe en el Hijo de Dios hecho hombre, que me amó y murió por mí. Entonces: Hagan lío; cuiden los extremos del pueblo, que son los ancianos y los jóvenes; no se dejen excluir, y que no excluyan a los ancianos. Segundo: no licuen la fe en Jesucristo. Las bienaventuranzas. ¿Qué tenemos que hacer, Padre? Mira, lee las bienaventuranzas que te van a venir bien. Y si querés saber qué cosa práctica tenés que hacer, lee Mateo 25, que es el protocolo con el cual nos van a juzgar. Con esas dos cosas tienen el programa de acción: Las bienaventuranzas y Mateo 25. No necesitan leer otra cosa. Se lo pido de corazón. Bueno, les agradezco ya esta cercanía. Me da pena que estén enjaulados. Pero, les digo una cosa: Yo, por momentos, siento: ¡Qué feo que es estar enjaulados! Se lo confieso de corazón… Pero, veremos… Los comprendo. Y me hubiera gustado estar más cerca de ustedes, pero comprendo que, por razón de orden, no se puede. Gracias por acercarse; gracias por rezar por mí; se lo pido de corazón, necesito, necesito de la oración de ustedes, necesito mucho. Gracias por eso… Y, bueno, les voy a dar la Bendición y después vamos a bendecir la imagen de la Virgen, que va a recorrer toda la República… y la cruz de San Francisco, que van a recorrer ‘misionariamente’. Pero no se olviden: Hagan lío; cuiden los dos extremos de la vida, los dos extremos de la historia de los pueblos, que son los ancianos y los jóvenes, y no licuen la fe.Y ahora vamos a rezar, para bendecir la imagen de la Virgen y darles después la bendición a ustedes.Nos ponemos de pie para la Bendición, pero, antes, quiero agradecer lo que dijo Mons. Arancedo, que de puro maleducado no se lo agradecí. Así que gracias por tus palabras.

Homilía del Papa en el Santuario de Nuestra Señora de Aparecida

 Queridos hermanos y hermanasBuenos días.Es bello estar aquí con ustedes. Es bello. a desde el principio, al programar la visita a Brasil, mi deseo era poder visitar todos los barrios de esta nación. Habría querido llamar a cada puerta, decir «buenos días», pedir un vaso de agua fresca, tomar un «cafezinho» -no una copa de orujo-, hablar como amigo de casa, escuchar el corazón de cada uno, de los padres, los hijos, los abuelos... Pero Brasil, ¡es tan grande! Y no se puede llamar a todas las puertas. Así que elegí venir aquí, a visitar vuestra Comunidad; esta Comunidad que hoy representa a todos los barrios de Brasil. ¡Qué hermoso es ser recibidos con amor, con generosidad, con alegría! Basta ver cómo habéis decorado las calles de la Comunidad; también esto es un signo de afecto, nace del corazón, del corazón de los brasileños, que está de fiesta. Muchas gracias a todos por la calurosa bienvenida. Agradezco a los esposos Rangler y Joana sus cálidas palabras.

Desde el primer momento en que he tocado el suelo brasileño, y también aquí, entre vosotros, me siento acogido. Y es importante saber acoger; es todavía más bello que cualquier adorno. Digo esto porque, cuando somos generosos en acoger a una persona y compartimos algo con ella —algo de comer, un lugar en nuestra casa, nuestro tiempo— no nos hacemos más pobres, sino que nos enriquecemos. Ya sé que, cuando alguien que necesita comer llama a su puerta, siempre encuentran ustedes un modo de compartir la comida; como dice el proverbio, siempre se puede «añadir más agua a los frijoles». ¿Se puede añadir más agua a los frijoles? … ¿Siempre? … Y lo hacen con amor, mostrando que la verdadera riqueza no está en las cosas, sino en el corazón.Y el pueblo brasileño, especialmente las personas más sencillas, pueden dar al mundo una valiosa lección de solidaridad, una palabra –esta palabra solidaridad- a menudo olvidada u omitida, porque es incomoda. Casi da la impresión de una palabra rara… solidaridad. Me gustaría hacer un llamamiento a quienes tienen más recursos, a los poderes públicos y a todos los hombres de buena voluntad comprometidos en la justicia social: que no se cansen de trabajar por un mundo más justo y más solidario. Nadie puede permanecer indiferente ante las desigualdades que aún existen en el mundo. Que cada uno, según sus posibilidades y responsabilidades, ofrezca su contribución para poner fin a tantas injusticias sociales. No es, no es la cultura del egoísmo, del individualismo, que muchas veces regula nuestra sociedad, la que construye y lleva a un mundo más habitable; no es ésta, sino la cultura de la solidaridad; la cultura de la solidaridad no es ver en el otro un competidor o un número, sino un hermano. Y todos nosotros somos hermanos.Deseo alentar los esfuerzos que la sociedad brasileña está haciendo para integrar todas las partes de su cuerpo, incluidas las que más sufren o están necesitadas, a través de la lucha contra el hambre y la miseria. Ningún esfuerzo de «pacificación» será duradero, ni habrá armonía y felicidad para una sociedad que ignora, que margina y abandona en la periferia una parte de sí misma. Una sociedad así, simplemente se empobrece a sí misma; más aún, pierde algo que es esencial para ella. No dejemos, no dejemos entrar en nuestro corazón la cultura del descarte. No dejemos entrar en nuestro corazón la cultura del descarte, porque somos hermanos. No hay que descartar a nadie. Recordémoslo siempre: sólo cuando se es capaz de compartir, llega la verdadera riqueza; todo lo que se comparte se multiplica. Pensemos en la multiplicación de los panes de Jesús. La medida de la grandeza de una sociedad está determinada por la forma en que trata a quien está más necesitado, a quien no tiene más que su pobreza.

Ver Máshttp://www.vatican.va/holy_father/francesco/homilies/2013/documents/papa-francesco_20130724_gmg-omelia-aparecida_sp.html

El Papa con seminaristas

RÍO DE JANEIRO, 25 Jul. 13 / 07:34 pm (ACI).- El Padre Federico Lombardi, Director de la Sala de Prensa de la Santa Sede, informó que el Papa Francisco presidió esta mañana en la residencia de Sumaré una Misa con 300 seminaristas y sacerdotes de la arquidiócesis de Río de Janeiro, un evento que no estaba en el programa de su visita en ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ).El sacerdote jesuita explicó que la Eucaristía se celebró en la residencia de Sumaré, pero no exactamente donde reside el Papa, sino en una capilla del edificio contiguo que sirve como centro de convenciones y casa de retiros. Esa capilla, dijo, es más grande que la que se ha utilizado hasta ahora para las Misas diarias.En la Misa participaron los seminaristas y sus formadores del Seminario Mayor, del Seminario Propedéutico y del Seminario Redemptoris Mater, en total 300 personas.  El Santo Padre, dijo el Director de la Sala Stampa en conferencia de prensa esta noche en el Media Center de Copacabana, "ha hecho como hace normalmente en Santa Marta. una homilía sobre las lecturas del día", concretamente sobre la fiesta del Apóstol Santiago.La homilía, dijo el sacerdote, versó sobre la fragilidad de las personas, de cada uno y del don de la gracia, específicamente aplica a la vida de los seminaristas y los sacerdotes.El Papa también les pidió que se confiesen bien y que siempre recen.

miércoles, 24 de julio de 2013

Homilía del Papa Francisco, 24 de julio de 2013

Señor Cardenal,Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio,Queridos hermanos y hermanas¡Qué alegría venir a la casa de la Madre de todo brasile9ño, el Santuario de Nuestra Señora de Aparecida!

Al día siguiente de mi elección como Obispo de Roma fui a la Basílica de Santa María la Mayor, en Roma, con el fin de encomendar a la Virgen mi ministerio. Hoy he querido venir aquí para pedir a María, nuestra Madre, el éxito de la Jornada Mundial de la Juventud, y poner a sus pies la vida del pueblo latinoamericano.

Quisiera ante todo decirles una cosa. En este santuario, donde hace seis años se celebró la V Conferencia General del Episcopado de Améria Latina y el Caribe, ha ocurrido algo muy hermoso, que he podido constatar personalmente: ver cómo los obispos —que trabajaban sobre el tema del encuentro con Cristo, el discipulado y la misión— se sentían alentados, acompañados y en cierto sentido inspirados por los miles de peregrinos que acudían cada día a confiar su vida a la Virgen: aquella Conferencia ha sido un gran momento de Iglesia. Y, en efecto, puede decirse que el Documento de Aparecida nació precisamente de esta urdimbre entre el trabajo de los Pastores y la fe sencilla de los peregrinos, bajo la protección materna de María. La Iglesia, cuando busca a Cristo, llama siempre a la casa de la Madre y le pide: «Muéstranos a Jesús». De ella se aprende el verdadero discipulado. He aquí por qué la Iglesia va en misión siguiendo siempre la estela de María

Hoy, en vista de la Jornada Mundial de la Juventud que me ha traído a Brasil, también yo vengo a llamar a la puerta de la casa de María —que amó a Jesús y lo educó— para que nos ayude a todos nosotros, Pastores del Pueblo de Dios, padres y educadores, a transmitir a nuestros jóvenes los valores que los hagan artífices de una nación y de un mundo más justo, solidario y fraterno. Para ello, quisiera señalar tres sencillas actitudes, tres sencillas actitudes: mantener la esperanza, dejarse sorprender por Dios y vivir con alegría.

Discurso de Bienvenida

En su amorosa providencia, Dios ha querido que el primer viaje internacional de mi pontificado me ofreciera la oportunidad de volver a la amada América Latina, concretamente a Brasil, nación que se precia de sus estrechos lazos con la Sede Apostólica y de sus profundos sentimientos de fe y amistad que siempre la han mantenido unida de una manera especial al Sucesor de Pedro. Doy gracias por esta benevolencia divina.He aprendido que, para tener acceso al pueblo brasileño, hay que entrar por el portal de su inmenso corazón; permítanme, pues, que llame suavemente a esa puerta. Pido permiso para entrar y pasar esta semana con ustedes. No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo lo más valioso que se me ha dado: Jesucristo. Vengo en su nombre para alimentar la llama de amor fraterno que arde en todo corazón; y deseo que llegue a todos y a cada uno mi saludo: «La paz de Cristo esté con ustedes».Saludo con deferencia a la señora Presidenta y a los distinguidos miembros de su gobierno. Agradezco su generosa acogida y las palabras con las que ha querido manifestar la alegría de los brasileños por mi presencia en su país. Saludo también al Señor Gobernador de este Estado, que amablemente nos acoge en el Palacio del Gobierno, y al alcalde de Río de Janeiro, así como a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditados ante el gobierno brasileño, a las demás autoridades presentes y a todos los que han trabajado para hacer posible esta visita.Quisiera decir unas palabras de afecto a mis hermanos obispos, a quienes incumbe la tarea de guiar a la grey de Dios en este inmenso país, y a sus queridas Iglesias particulares. Con esta visita, deseo continuar con la misión pastoral propia del Obispo de Roma de confirmar a sus hermanos en la fe en Cristo, alentarlos a dar testimonio de las razones de la esperanza que brota de él, y animarles a ofrecer a todos las riquezas inagotables de su amor.
Ver más http://www.vatican.va/holy_father/francesco/speeches/2013/july/documents/papa-francesco_20130722_gmg-cerimonia-benvenuto-rio_sp.html

lunes, 22 de julio de 2013

“Los jóvenes católicos están presentes en todo el mundo, y quieren ser testigos de Cristo para hacer a todos los pueblos discípulos del Señor”

Desde Sao Paulo, donde se encuentra estos días acompañando a los peregrinos madrileños que van a participar la próxima semana en la Jornada Mundial de la Juventud de Río de Janeiro, el Cardenal Arzobispo de Madrid, Antonio Mª Rouco Varela, ha concedido una entrevista al programa ‘El Espejo de la Iglesia en Madrid’. En ella, ha afirmado que los días que están viviendo en Sao Paulo, previos a la JMJ, “están siendo de gozo para el grupo de jóvenes que ha venido, y para nosotros que los acompañamos.

La acogida es de extraordinaria cordialidad, con la fraternidad vivida con mucho corazón. Se puede suponer conociendo la historia humana y cultural de Brasil, con sus orígenes en gran parte lusos e hispanos. Los grandes misioneros de Brasil fueron jesuitas españoles y portugueses de la segunda mitad del siglo XIV, santos y mártires por cierto. A ellos les hemos recordado y en su memoria celebramos la Misa en la Catedral de Sao Paulo, hace dos días”.
Reconoce que “los jóvenes están muy felices”. Los obispos españoles presentes en Sao Paulo se alojan “en el Monasterio de San Benito, con una comunidad joven de monjes, donde la liturgia se hace con toda la tradición benedictina, utilizando bellamente el canto gregoriano… Es un gozo que, en el centro de una ciudad tan grande como es Sao Paulo, esté este monasterio, desde el que unos monjes hacen la alabanza a Dios”.

Los grandes protagonistas en la Jornada Mundial de la Juventud son los jóvenes. A pesar de que “la juventud, desde el punto de vista sociológico, muestra rasgos muy comunes, como la afición al mundo digital, a las comunicaciones rápidas… que tientan a vivir la vida de una forma no reflexiva”, considera que “en los jóvenes católicos, cada vez hay más sencillez a la hora de profesar la fe en Jesucristo. Ese peligro de relativismo y de escepticismo, que también invade a todos, creo que es una nota más característica de la juventud europea, norteamericana, venidos de pueblos y culturas muy elaboradas, trabajadas, intelectualmente muy refinadas, y con unas ofertas de vida muy a ras de suelo, que responden también a grandes carencias. Para empezar, en España, en Madrid, hay un problema de falta de trabajo, de acertar con los estudios, con la profesión, algunos tienen la necesidad de salir… buscando nuevos horizontes”. En este sentido, destacó el encuentro que mantuvo ayer por la noche con jóvenes universitarios de distintos países y continentes, en la UniFAI. “Era un grupo muy numeroso de jóvenes de todo el mundo, que quiso conocer mi opinión en torno a los horizontes nuevos que ha abierto el Papa Francisco”. “También me pidieron que hablase de la juventud europea en este momento de la historia de la Iglesia. Había mucha porosidad para acoger las afirmaciones, y el testimonio más elemental de la fe.

Fue muy gozoso”. Concluyó sus declaraciones manifestando que “da mucho gozo ver cómo la fe en Jesucristo, vivida en la plenitud de la Iglesia católica, es una realidad no sólo en la clave del deseo, sino en la clave del presente: los jóvenes católicos están presentes en todo el mundo, y quieren ser testigos de Cristo para hacer a todos los pueblos discípulos del Señor”.

jueves, 18 de julio de 2013

La última encíclica, por Olegario González de Cardedal

«La clave de esta encíclica es el mismo título: «La luz de la fe». La Iglesia ha comprendido y ofrecido la fe como lumbre, luz y vida. Jesucristo afirma en el evangelio de San Juan: «Yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no permanecerá en tinieblas» (12,46). La fe es ante todo luz, la luz del Misterio que se refleja en el rostro de Cristo, la que brilla en sus obras y entrega a sus discípulos»

ESTA encíclica, ¿clausura el tiempo de un Papa o abre el de otro? ¿Quién es su autor y cuál es su última intención? Cualquier texto que reclame autoridad, bien sea moral, jurídica o dogmática, es responsabilizado por quien lo firma. Una es la historia de su preparación y redacción, mientras que otra es la cuestión de su autoridad y responsabilización. En este sentido un escrito es de quien lo firma. La encíclica «Lumen fidei» está firmada por Francisco, sin más.

Pero tenemos que distinguir entre autoría y autoridad. En la misma introducción después de aludir al contexto del nacimiento (cincuenta aniversario del Concilio Vaticano VII, el Año de la fe y el empuje necesario para una nueva evangelización), el autor dice: «Estas consideraciones pretenden sumarse a lo que el Papa Benedicto XVI ha escrito en las cartas encíclicas sobre la caridad y la esperanza. El ya había completado prácticamente una primera redacción de esta Carta encíclica sobre la fe. Se lo agradezco de corazón y, en la fraternidad de Cristo, asumo su precioso trabajo, añadiendo al texto algunas aportaciones» (Nº 7). Aportaciones tan leves que apenas se notan.

Cuando en la vida de una persona o institución aparecen situaciones límite, hay que volverse a preguntar por los propios fundamentos y contenidos. Cuestión esencial hoy es esta: ¿es la fe en Dios luz o tiniebla? ¿Garantiza ella orientación para la vida humana? ¿Cómo queda la luz del hombre cuando se apaga esa luz de Dios? ¿Puede el cristianismo seguir presentándose ante los hombres como un mensaje de alegría o es la fe una luz engañosa? ¿No seremos como víctimas de alucinaciones en el desierto considerando realidad cercana lo que es ilusión lejana?

El autor comienza sus reflexiones escuchando preguntas y objeciones de la modernidad. En este caso oyendo de nuevo a Nietzsche, para quien la fe sería como un espejismo, que nos engaña creyendo realidad lo que solo es un sueño nuestro, y nos impide avanzar como hombres libres hacia el futuro. El ha establecido con las palabras siguientes la más venenosa alternativa entre verdad y felicidad, entre religión y ciencia: «Si quieres alcanzar paz en el alma y felicidad, cree; pero si quieres ser discípulo de la verdad, indaga» (Nº 2). Por eso, objetivo central de la encíclica es clarificar la relación de la fe con estas realidades nutricias de la vida humana: la verdad, la libertad, el amor y la justicia.

A la negación radical del valor objetivo de la fe se han añadido las malas interpretaciones que se han dado de ella al comprenderla como el mero reconocimiento de un algo supremo, asociarla a la oscuridad o definirla como un creer lo que no vemos. Frente a un angostamiento individualista, intelectual o moral, esta encíclica abre a su dimensión histórica, personal y eclesial. La fe cristiana nace de la llamada de Dios al hombre y de la experiencia del encuentro del hombre con Dios, en una historia que comienza con Abraham, alcanza su cima en Jesucristo y llega mediante una cadena de testigos hasta nosotros. No conoceremos la fe cristiana si no entramos en el dinamismo de marcha de esa caravana de testigos, bien insertos en el mundo visible, pero a la vez puestos los ojos en el Invisible, que se ha hecho voz y palabra en los profetas, carne y tiempo en Jesucristo, inspiración y aliento interior por el Espíritu Santo. Como respuesta del hombre a Dios la fe tiene estas modulaciones: creer que (reconocimiento de hechos); creer a (asentimiento a un testimonio); creer en (consentimiento, amor y entrega a la persona).

La clave de esta encíclica es el mismo título: «La luz de la fe». La Iglesia ha comprendido y ofrecido la fe como lumbre, luz y vida. Jesucristo afirma en el evangelio de San Juan: «Yo he venido al mundo como luz, y así el que cree en mí no permanecerá en tinieblas» (12,46). 

La fe es ante todo luz, la luz del Misterio que se refleja en el rostro de Cristo, la que brilla en sus obras y entrega a sus discípulos. Ella nos ilumina primero el corazón de Dios, desde él nuestra filiación y finalmente la fraternidad universal, que no se funda sólo en la igualdad de los hombres, sino en la paternidad de Dios. Esta luz de la fe no es alternativa a las luces de la ciencia, de la técnica, del arte, de la moral. Es lámpara que nos alumbra no tanto el paso de cada día como el horizonte de fondo, la meta de la historia, el sentido último de nuestro destino y vida personal. La fe remite así a la memoria de un pasado revelador del hombre y a la esperanza de un futuro, anudado a la resurrección de Cristo. El propio Ortega y Gasset afirmaba: «Es harto diferente el argumento de su vida para quien cree que hay Dios y para quien cree que solo hay materia».

La encíclica pone en primer plano la fe como luz, don divino, gran alegría, inconmensurable tesoro. Fe nacida de la escucha de Dios, de la personalización diaria en la oración, del testimonio y servicio al prójimo. Hemos hablado mucho del hombre y de la dificultad de creer callando sobre Dios: es necesario volver a hablar de él y de la alegría de creer con libertad y confianza. La encíclica lo hace en una introducción y cuatro partes. La primera es una pequeña historia de la fe y de sus testigos epónimos. «Es un conocimiento que se aprende solo en un camino de seguimiento». La segunda establece la relación entre fe e inteligencia, la fe como escucha y visión, el diálogo entre la fe y la razón, la fe y la teología. La tercera muestra el lugar concreto de esa fe: la recibimos por el testimonio y transmisión de quienes nos han precedido y en la Iglesia la encontramos auténtica y plena. La cuarta parte se refiere a la repercusión de la fe sobre la ciudad de los hombres. «La luz de la fe se pone al servicio concreto de la justicia, del derecho y de la paz» (Nº 51).

Estamos ante una meditación sobre la existencia creyente, hecha de jugo y zumo bíblicos, de referencias patrísticas vivas (San Ireneo, San Agustín, San Gregorio Magno…), medievales (Santo Tomás, Dante…), de filósofos modernos (Nietzsche. Rousseau. Wittgenstein…), de escritores (Dostoyeski, M. Buber, T. S. Elliot…) y de teólogos (Newman, Guardini…). No se trata de vulgar erudición, sino de un oído atento a la viva voz de los hombres y a la profunda conciencia de la única Iglesia que es el sujeto de la común fe a lo largo de los siglos.

¿A quién honra más este texto: a quien renuncia a su autoría y lo entrega a otro o a quien acepta el magisterio de su predecesor y lo hace suyo como punto de partida del propio pontificado? Así la piedra cumbrera de un edificio se convierte en piedra cimiento del siguiente, que no es otro edificio porque lo que está aquí en juego no son dos arquitectos, sino la única Iglesia de Cristo para iluminación y salvación de los hombres.
ABC La Tercera POR OLEGARIO GONZÁLEZ de cardenal (Teólogo)


miércoles, 17 de julio de 2013

Jesús con Marta y María

         El episodio es algo sorprendente. Los discípulos que acompañan a Jesús han desaparecido de la escena. Lázaro, el hermano de Marta y María, está ausente. En la casa de la pequeña aldea de Betania, Jesús se encuentra a solas con dos mujeres que adoptan ante su llegada dos actitudes diferentes.
         Marta, que sin duda es la hermana mayor, acoge a Jesús como ama de casa, y se pone totalmente a su servicio. Es natural. Según la mentalidad de la época, la dedicación a las faenas del hogar era tarea exclusiva de la mujer. María, por el contrario, la hermana más joven, se sienta a los pies de Jesús para escuchar su palabra. Su actitud es sorprendente pues está ocupando el lugar propio de un “discípulo” que solo correspondía a los varones.
     
    En un momento determinado, Marta, absorbida por el trabajo y desbordada por el cansancio, se siente abandonada por su hermana e incomprendida por Jesús: “Señor, ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola con el servicio? Dile que me eche una mano”. ¿Por qué no manda a su hermana que se dedique a las tareas propias de toda mujer y deje de ocupar el lugar reservado a los discípulos varones?
         La respuesta de Jesús es de gran importancia. Lucas la redacta pensando probablemente en las desavenencias y pequeños conflictos que se producen en las primeras comunidades a la hora de fijar las diversas tareas: “Marta, Marta, andas inquieta y nerviosa con tantas cosas; solo una es necesaria. María ha escogido la parte mejor, y no se la quitarán”.
         En ningún momento critica Jesús a Marta su actitud de servicio, tarea fundamental en todo seguimiento a Jesús, pero le invita a no dejarse absorber por su trabajo hasta el punto de perder la paz. Y recuerda que la escucha de su Palabra ha de ser lo prioritario para todos, también para las mujeres, y no una especie de privilegio de los varones.
         Es urgente hoy entender y organizar la comunidad cristiana como un lugar donde se cuida, antes de nada, la acogida del Evangelio en medio de la sociedad secular y plural de nuestros días. Nada hay más importante. Nada más necesario. Hemos de aprender a reunirnos mujeres y varones, creyentes y menos creyentes, en pequeños grupos para escuchar y compartir juntos las palabras de Jesús.
         Esta escucha del Evangelio en pequeñas “células” puede ser hoy la “matriz” desde la que se vaya regenerando el tejido de nuestras parroquias en crisis. Si el pueblo sencillo conoce de primera mano el Evangelio de Jesús, lo disfruta y lo reclama a la jerarquía, nos arrastrará a todos hacia Jesús.

José Antonio Pagola 

martes, 16 de julio de 2013

El Señor camina con nosotros.

El Señor nos pide ser pacientes e irreprensibles, caminando siempre en su presencia.

El Señor escoge su modo de entrar en nuestra vida y esto requiere paciencia de parte nuestra, porque no siempre se deja ver por nosotros. 

El Señor entra lentamente en la vida de Abraham. Tiene 99 años cuando le promete un hijo. En cambio entra de inmediato en la vida del leproso: Jesús escucha su oración, lo toca y he aquí el milagro. 

El Señor elige comprometerse "en nuestra vida, en la vida de su pueblo". Cuando el Señor viene, no siempre lo hace de la misma forma. No existe un protocolo de acción de Dios en nuestra vida, no existe. Una vez, lo hace de una forma, la otra vez de otra pero lo hace siempre. Siempre existe este encuentro entre nosotros y el Señor.

El Señor escoge siempre su modo de entrar en nuestra vida. Muchas veces lo hace tan lentamente, que caemos un poco en el riesgo de perder la paciencia: "Pero Señor, ¿cuándo?" Y rezamos, rezamos... Y no llega su intervención en nuestra vida. Otras veces, cuando pensamos en aquello que el Señor nos ha prometido, que es tan grande, somos un poco incrédulos, un poco escépticos y como Abraham - un poco a escondidas - reímos... como Abraham agachándose, se puso a reír. Un poco de escepticismo "¿Acaso le va a nacer un hijo a un hombre de cien años? ¿Y puede Sara, a sus noventa años, dar a luz?"

El mismo escepticismo, lo tendrá Sara, en el encinar de Mamré, cuando tres ángeles dirán las mismas cosas dichas a Abraham. Cuantas veces, cuando el Señor no viene, no hace el milagro y no hace aquello que queremos que Él haga, nos volvemos impacientes o escépticos. Pero no lo hace, a los escépticos no puede hacerlo. El Señor toma su tiempo. Pero también Él, en esta relación con nosotros, tiene tanta paciencia. No sólo nosotros debemos tener paciencia: ¡Él la tiene! ¡Él nos espera! Y nos espera ¡hasta el final de la vida! 

Pensemos en el buen ladrón, precisamente al final, reconoció a Dios. El Señor camina con nosotros, pero tantas veces no se deja ver, como en el caso de los discípulos de Emaús. El Señor está comprometido en nuestra vida - ¡esto es seguro!- pero tantas veces no lo vemos. Esto nos pide paciencia. Pero el Señor que camina con nosotros, Él también tiene tanta paciencia con nosotros. 

Algunas veces en la vida, las cosas se vuelven tan oscuras, hay tanta oscuridad, que tenemos ganas - si estamos en dificultad - de bajar de la Cruz. Este, es el momento preciso: la noche es más oscura, cuando la aurora está cerca. Y siempre cuando nos bajamos de la Cruz, lo hacemos cinco minutos antes que llegue la liberación, en el momento de la impaciencia más grande:
Jesús, sobre la Cruz, escuchaba que lo desafiaban: "¡Baja!, ¡Baja! ¡Ven!". Paciencia hasta el final, porque Él tiene paciencia con nosotros. Él entra siempre, Él está comprometido con nosotros, pero lo hace a su manera y cuando Él piensa que es mejor. Sólo nos dice aquello que dijo a Abraham: "Camina en mi presencia y sé perfecto, sé irreprensible, es la palabra justa."

Camina en mi presencia y trata de ser irreprensible. Éste es el camino con el Señor y Él interviene, pero debemos esperar, esperar el momento, caminando siempre en su presencia y tratando de ser irreprensibles. Pidamos esta gracia al Señor: caminar siempre en su presencia, tratando de ser irreprensibles.


Fragmento de la homilía de la misa en Santa Martha 28 de junio 2013

ORACIÓN A LA VIRGEN DEL CARMEN


SÚPLICA PARA TIEMPOS DIFÍCILES

"Tengo mil dificultades: ayúdame. 

De los enemigos del alma: sálvame
.
En mis desaciertos: ilumíname.

En mis dudas y penas: confórtame.

En mis enfermedades: fortaléceme. 

Cuando me desprecien: anímame. 

En las tentaciones: defiéndeme. 

En horas difíciles: consuélame.

Con tu corazón maternal: ámame
.
Con tu inmenso poder: protégeme.

Y en tus brazos al expirar: recíbeme.

Virgen del Carmen, ruega por nosotros. 

Amén." 

El Papa invita a ser misericordiosos a ejemplo del buen samaritano

En sus palabras previas al rezo del Ángelus esta mañana desde el Palacio Apostólico de Castel Gandolfo, el Papa Francisco animó a ser “misericordiosos” tal y como recuerda la “la famosa parábola del buen samaritano”. 

“¿Quién era este hombre? –cuestionó el Papa-. Era uno cualquiera, que descendía de Jerusalén hacia Jericó por el camino que cruzaba el desierto de Judea. Hacía poco, por ese camino, un hombre había sido asaltado por los delincuentes, robado, pegado y abandonado casi muerto. Antes del samaritano habían pasado un sacerdote y un levita, es decir, dos personas responsables del culto en el Templo del Señor. Vieron a aquel pobrecillo, pero pasaron sin detenerse. En cambio, el samaritano, cuando vio aquel hombre, tuvo
compasión”. 

El Papa señaló que el buen samaritano se acercó al hombre, “le vendó las heridas, cubriéndolas con aceite y vino; y luego lo puso sobre su propia montura, lo condujo a un albergue y pagó por él. En definitiva, se hizo cargo de él como ejemplo del amor por el prójimo”. 

Francisco explicó que Jesús escogió a un samaritano como protagonista de esta parábola “porque en aquellos tiempos los samaritanos eran despreciados por los Judíos, a causa de diversas tradiciones religiosas”. Sin embargo “Jesús hizo ver que el corazón de aquel samaritano era bueno y generoso y que – a diferencia del sacerdote y del levita- él pone en práctica la voluntad de Dios , que quiere misericordia y no sacrificios”, subrayó. 

Por otro lado, el Santo Padre recordó que hoy se cumple el cuarto centenario de la muerte de San Camilo de Lelis, un hombre que “vivió plenamente este evangelio del buen samaritano”, fundador de los Hermanos de los Ministros de los Enfermos, patrón de los enfermos y de los agente sanitarios. 

“Saludo con gran afecto a todos los hijos e hijas espirituales de San Camilo, que viven con su carisma de caridad en contacto cotidiano con los enfermos, y también a los médicos y a aquellos que trabajan en los hospitales y en las casas de cura… ¡Sean como él buenos samaritanos!”, exclamó. 

domingo, 14 de julio de 2013

El Buen Samaritano

La liturgia de hoy pone ante nuestros ojos la figura del buen samaritano. Conocemos bien esta parábola que nos narra el evangelista San Lucas  (cf. Lc 10, 29-37).
En esta parábola del Señor, el buen samaritano se distingue claramente de otras dos personas –una de ellas un sacerdote y la otra un levita– que, recorriendo el mismo camino de Jerusalén a Jericó, se cruzan con el hombre asaltado por los malhechores. Ninguno de los dos se detiene ante aquel pobre desdichado, víctima de los ladrones sino que al verlo dan un rodeo y pasan de largo (cf. Ibíd. 10, 31-32).  Un samaritano, en cambio, refiere San Lucas, “llegó a donde estaba él y, al verlo, le dio lástima” (Ibíd. 10, 33),  es decir, siente compasión. El desdichado lo necesitaba, porque no sólo había sido despojado, sino también tan herido que había quedado junto al camino medio muerto.

El samaritano –al contrario de los otros dos que habían pasado anteriormente junto al herido– no lo abandonó, sino que “se le acercó, le vendó las heridas..., lo llevó a una posada y lo cuidó” (Ibíd. 10, 34).  Y cuando tuvo que proseguir su viaje, lo dejó al cuidado del dueño de la posada, comprometiéndose a pagar cualquier gasto que fuese necesario.

El Señor Jesús quería aclarar con esta parábola la dificultad que le había planteado un letrado: “¿Quién es mi prójimo?” (Lc 10, 29).  Después de escuchar el relato de Jesús, su interlocutor ya no encuentra ningún obstáculo para indicar quién era el que se había comportado como verdadero prójimo. Evidentemente es el samaritano, aquel que ha tenido compasión de otro hombre en la desgracia, aunque fuera un extraño y desconocido. Jesús le dice entonces: “Anda, haz tú lo mismo”. Con otras palabras el Apóstol Santiago pone de relieve la necesidad de la actitud del buen samaritano cuando escribe en su epístola: “¿De qué le sirve a uno decir que tiene fe, si no tiene obras?..., la fe, si no tiene obras, está muerta por dentro..., es inútil” (St 2, 14. 17. 20). 

Sin duda alguna, los dos que pasaron de largo conocían los libros sagrados y se consideraban no sólo creyentes, sino también profundos “conocedores” de las verdades de fe. Sin embargo, no fueron ellos sino el samaritano quien dio una prueba ejemplar de su fe. La fe dio fruto en él mediante una buena obra. Dios, en quien creemos, nos pide obras semejantes. Estas son las obras de amor al prójimo.

 La Palabra de Dios nos plantea a nosotros, los creyentes, en la liturgia de hoy, una pregunta fundamental: ¿Es fructuosa de veras nuestra fe?, ¿fructifica realmente en obras buenas?, ¿está viva o, tal vez está muerta?

Esta pregunta deberíamos hacérnosla todos los días de nuestra vida; hoy y cada día, porque sabemos que Dios nos juzgará por las obras cumplidas en espíritu de fe. Sabemos que Cristo dirá a cada uno en el día del juicio: Cada vez que hicisteis estas cosas a otro, al prójimo, a mi me lo hicisteis; cada vez que dejasteis de hacer estas cosas con el prójimo, conmigo las dejasteis de hacer (cf. Mt 25, 40-45). Exactamente igual que en la parábola del buen samaritano.

No sólo hay dar a los demás lo que uno tiene, sino también hay que entregarles lo que uno es, con un compromiso total. Cristo –el Buen Samaritano por excelencia, que cargó sobre Sí nuestros dolores–  (cf. Is 53, 4) seguirá actuando así a través de unos pocos, sino a través de todos, porque todos estamos llamados a una vocación de servicio. A todos nos ha dicho el Señor: “Amarás... a tu prójimo como a ti mismo” (Lc 10, 27).  

De la Homilía del Santo Padre Juan Pablo II
Miércoles 11 de mayo de 1988

viernes, 12 de julio de 2013

Dios se pone en contacto con los hombres

La historia de los hombres es una sucesión de tentativas de establecer un encuentro con Dios, de entablar diálogo con él, de obligarlo a abrirnos el cielo, de hacerlo descender, que nos permita subir, de hacer que nos revele sus secretos y nos introduzca en sus misterios.


No es el hombre el que establece el contacto con Dios; es Dios quien da el primer paso hacia el hombre, y lo hace sirviéndose de la boca de otros hombres, los profetas. " He aquí - dice un día el Señor a Jeremías - que pongo mis palabras en tu boca. (...)  Tú serás como mi boca" ( Jer 1,9; 15,19).



Pero hay una boca que supera incomparablemente a la de todos los profetas: es la boca de Jesús de Nazaret. La suya sí que es realmente la boca misma de Dios: " El que viene de lo alto está por encima de mí. Él da testimonio de lo que ha visto y oído. Aquél a quien Dios ha enviado profiere, en efecto, palabras de Dios" ( Jn 3, 31- 34).

El evangelista Mateo introduce solemnemente las primeras palabras pronunciadas por Jesús: " Al ver las multitudes subió al monte, se sentó y se le acercaron sus discípulos; él, abriendo la boca, se puso a enseñarles así: "Bienaventurados..." ( Mt 5, 1-2).

La tradición cristiana ha situado este sermón en el monte que domina Cafarnaún. El que sube a él, entra en un oasis de paz que invita al recogimiento, la reflexión y la oración. Allí uno se siente casi espontáneamente empujado a alzar la vista al cielo y el pensamiento de dirige a Dios.

Por sugestiva que pueda ser esta experiencia, el "monte" del que habla Mateo hay que entenderlo en su profundo significado bíblico.  La Biblia sitúa siempre en un monte los grandes encuentros con Dios, las grandes manifestaciones del Señor a los hombres. Más que un lugar real, el "monte" designa cualquier lugar o momento en que se revela la palabra de Dios.
Del libro "Tenía rostro y palabras de hombre" de Fernando Armellini-Guiseppe Moretti

jueves, 11 de julio de 2013

Cardenal Rouco Varela: “Era muy necesario que hubiese una Encíclica sobre la fe”


En su exposición, el Cardenal de Madrid ha afirmado que “era muy necesario que hubiese una encíclica sobre la fe. Y que el título fuese ese. La fe termina en la apertura de la luz para el conocimiento del hombre’. “Se trata de una interesantísima Encíclica, con una doble actualidad eclesial, porque sale materialmente hablando de un período histórico marcado por el Papa Benedicto XVI”, y “se publica y se hace documento de magisterio pontificio por parte y a cargo del Papa sucesor, viviendo el primero”

Algo que “nos remite a lo que podíamos llamar la tradición viva del magisterio pontificio, del magisterio de la Iglesia, que no se interrumpe, que continúa, que siempre se renueva pero que nunca pierde la línea de fidelidad que le caracteriza a través de los siglos. Y especialmente este ejercicio de magisterio entre el Papa Benedicto XVI y el Papa Francisco con el Concilio Vaticano II”. Una línea “de magisterio vivo, de magisterio fiel y siempre renovado, fiel a los orígenes” y “al servicio del hombre”, que, teniendo en cuenta la fecha de su publicación, le aporta “una especie de acento muy atractivo y muy actual”. 

“A partir del Vaticano II, ha dicho, la Iglesia ha querido hacer al hombre contemporáneo la renovada propuesta de la vida cristiana, de ser cristiano y de cómo se es cristiano”, en un momento histórico “en que el hombre había quedado destrozado físicamente y materialmente”. “En ese intento de renovar y restaurar, abriendo horizontes de futuro no conocidos, surge el Vaticano II”, que “renueva la propuesta cristiana de la vida, que gira en torno a tres grandes virtudes: la virtud de la fe, la virtud de la esperanza y la virtud de la caridad”. 

“Era muy necesario que hubiese una encíclica sobre la fe y que el título fuese ese: la luz de la fe. La fe no es una fuente de enigmas, no plantea enigmas para el hombre, sino soluciones”, ha asegurado. “No termina un conocimiento indescifrable, sino que termina en la apertura de la luz para la inteligencia y para el corazón del hombre. Es lo que el Papa Francisco nos muestra en su encíclica de una forma muy bella y muy actual para los tiempos que corremos, sobre todo para la gente joven”. 

También ha hecho una valoración muy positiva del Pontificado del Papa Francisco, asegurando que “estamos muy agradecidos”. El Papa actual “viene de lejanas tierras, y ha traído un aire fresco, renovado, de estilos espontáneos… He tenido ocasión de tener una entrevista larga con él, y de estar a su lado en la celebración de la Eucaristía del domingo en San Pedro, para seminaristas y novicias/os de todo el mundo, y es una gracia poder acompañarle”. “Creo que nos va a ayudar a hacer una traducción espiritual profunda en relación con toda esa propuesta de renovación de la Iglesia que comienza con el Vaticano II dándole hondura, verdad y posibilidad de ser vivida a través de una gran una conversión a Cristo. Cuando habla me parece un gran padre espiritual para la Iglesia y de la Iglesia en este momento”. 

miércoles, 10 de julio de 2013

¿ DÓNDE ESTÁ TU HERMANO ?

“¿Dónde está tu hermano?”, la voz de su sangre grita hasta mí, dice Dios. Ésta no es una pregunta dirigida a otros, es una pregunta dirigida a mí, a ti, a cada uno de nosotros. Esos hermanos y hermanas nuestras intentaban salir de situaciones difíciles para encontrar un poco de serenidad y de paz; buscaban un puesto mejor para ellos y para sus familias, pero han encontrado la muerte. ¡Cuántas veces quienes buscan estas cosas no encuentran comprensión, no encuentran acogida, no encuentran solidaridad! ¡Y sus voces llegan hasta Dios!... 

“Hoy nadie en el mundo se siente responsable de esto; hemos perdido el sentido de la responsabilidad fraterna; hemos caído en la actitud hipócrita del sacerdote y del servidor del altar, de los que hablaba Jesús en la parábola del Buen Samaritano: vemos al hermano medio muerto al borde del camino, quizás pensamos “pobrecito”, y seguimos nuestro camino, no nos compete; y con eso nos quedamos tranquilos, nos sentimos en paz. La cultura del bienestar, que nos lleva a pensar en nosotros mismos, nos hace insensibles al grito de los otros, nos hace vivir en pompas de jabón, que son bonitas, pero no son nada, son la ilusión de lo fútil, de lo provisional, que lleva a la indiferencia hacia los otros, o mejor, lleva a la globalización de la indiferencia. En este mundo de la globalización hemos caído en la globalización de la indiferencia. ¡Nos hemos acostumbrado al sufrimiento del otro, no tiene que ver con nosotros, no nos importa, no nos concierne!... La globalización de la indiferencia nos hace “innominados”, responsables anónimos y sin rostro”. 

“Adán, ¿dónde estás?”, “¿Dónde está tu hermano?”, son las preguntas que Dios hace al principio de la humanidad y que dirige también a todos los hombres de nuestro tiempo, también a nosotros


Somos una sociedad que ha olvidado la experiencia de llorar, de “sufrir con”: ¡la globalización de la indiferencia nos ha quitado la capacidad de llorar! En el Evangelio hemos escuchado el grito, el llanto, el gran lamento: “Es Raquel que llora por sus hijos… porque ya no viven”. Herodes sembró muerte para defender su propio bienestar, su propia pompa de jabón. Y esto se sigue repitiendo… Pidamos al Señor que quite lo que haya quedado de Herodes en nuestro corazón; pidamos al Señor la gracia de llorar por nuestra indiferencia, de llorar por la crueldad que hay en el mundo, en nosotros, también en aquellos que en el anonimato toman decisiones socio-económicas que hacen posibles dramas como éste”. 

“Señor, en esta liturgia, que es una liturgia de penitencia, pedimos perdón por la indiferencia hacia tantos hermanos y hermanas, te pedimos, Padre, perdón por quien se ha acomodado y se ha cerrado en su propio bienestar que anestesia el corazón, te pedimos perdón por aquellos que con sus decisiones a nivel mundial han creado situaciones que llevan a estos dramas”.
PAPA FRANCISCO en Lampedusa.

martes, 9 de julio de 2013

La mies es abundante y los obreros pocos.

Jesús envía a setenta y dos discípulos a la gran mies que es el mundo, invitándoles a rezar para que el Señor de la mies, mande obreros a su mies; pero no les envía con medios potentes sino "como corderos en medio de lobos", sin bolsa ni cayado, ni sandalias. 

San Juan Crisóstomo, en una de sus homilías, comenta: "Siempre que seamos corderos, venceremos y aunque estemos rodeados de muchos lobos, conseguiremos superarlos. Pero si nos convertimos en lobos, seremos derrotados, porque nos faltará la ayuda del Pastor [...] 

Jesús envió a los "setenta y dos discípulos" y estos partieron con una sensación de miedo por el posible fracaso de su misión. 

También Lucas destaca el rechazo recibido en las ciudades en las que el Señor ha predicado y ha realizado signos prodigiosos. Pero los setenta y dos vuelven llenos de alegría, porque su misión ha tenido éxito; han constatado que, con la potencia de la palabra de Jesús, los males del hombre son vencidos, 

(Benedicto XVI, 26 de octubre y 7 de diciembre de 2011

También nosotros debemos evangelizar, en nuestras familias, en nuestro trabajo, en el mundo en que vivimos. Y debemos ir con humildad, practicando la caridad y las buenas obras, que vean en nosotros el amor del Padre. Y con la confianza puesta totalmente en el Señor.

viernes, 5 de julio de 2013

SIN MIEDO A LA NOVEDAD

            El Papa Francisco está llamando a la Iglesia a salir de sí misma olvidando miedos e intereses propios, para ponerse en contacto con la vida real de las gentes y hacer presente el Evangelio allí donde los hombres y mujeres de hoy sufren y gozan, luchan y trabajan.
         Con su lenguaje inconfundible y sus palabras vivas y concretas, nos está abriendo los ojos para advertirnos del riesgo de una Iglesia que se asfixia en una actitud autodefensiva: “cuando la Iglesia se encierra, se enferma”; “prefiero mil veces una Iglesia accidentada a una que esté enferma por encerrarse en sí misma”.
         La consigna de Francisco es clara: “La Iglesia ha de salir de sí misma a la periferia, a dar testimonio del Evangelio y a encontrarse con los demás”. No está pensando en planteamientos teóricos, sino en pasos muy concretos: “Salgamos de nosotros mismos para encontrarnos con la pobreza”.
         El Papa sabe lo que está diciendo. Quiere arrastrar a la Iglesia actual hacia una renovación evangélica profunda. No es fácil. “La novedad nos da siempre un poco de miedo, porque nos sentimos más seguros, si tenemos todo bajo control, si somos nosotros los que construimos, programamos y planificamos nuestra vida según nuestros esquemas, seguridades y gustos”.
         Pero Francisco no tiene miedo a la “novedad de Dios”. En la fiesta de Pentecostés ha formulado a toda la Iglesia una pregunta decisiva a la que tendremos que ir respondiendo en los próximos años: “¿Estamos decididos a recorrer caminos nuevos que la novedad de Dios nos presenta o nos atrincheraremos en estructuras caducas que han perdido la capacidad de respuesta?
         No quiero ocultar mi alegría al ver que el Papa Francisco nos llama a reavivar en la Iglesia el aliento evangelizador que Jesús quiso que animara siempre a sus seguidores. El evangelista Lucas nos recuerda sus consignas. “Poneos en camino”. No hay que esperar a nada. No hemos de retener a Jesús dentro nuestras parroquias. Hay que darlo a conocer en la vida.
         “No llevéis bolsas, alforjas ni sandalias de repuesto”. Hay que salir a la vida de manera sencilla y humilde. Sin privilegios ni estructuras de poder. El Evangelio no se impone por la fuerza. Se contagia desde la fe en Jesús y la confianza en el Padre.
         Cuando entréis en una casa, decid :”Paz a esta casa”. Esto es lo primero. Dejad a un lado las condenas, curad a los enfermos, aliviad los sufrimientos que hay en el mundo. Decid a todos que Dios está cerca y nos quiere ver trabajando por una vida más humana. Esta es la gran noticia del reino de Dios.
José Antonio Pagola