
Los ojos fijos en el cielo, en su Padre, han caracterizado toda la vida de Jesús. No obstante en algunos pasajes del evangelio se hace notar explícitamente este gesto suyo de mirar lo alto.
Antes de multiplicar los panes, alza los ojos al Padre (Mt 14, 19). Antes de pronunciar la palabra efetá y de abrir los ojos del sordo contempla el cielo (Mc 7,34), el lugar donde, según la concepción religiosa de los israelitas, se encuentra el trono de Dios.

En el rostro de Jesús brilla la mirada del hombre auténtico, del hombre logrado según Dios: la mirada de quien, aun estando comprometido en las realidades materiales, mantiene los ojos abiertos al cielo, consciente de ser no sólo "el mejor de los animales" sino incluso "poco inferior a los ángeles"(Sal 8, 6)
Del libro "Tenía rostro y palabras de hombre" Armellini y Moretti.
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