sábado, 24 de noviembre de 2012

Cristo Rey por el papa Juan XXIII

En la fiesta de hoy, la de Cristo Rey, yo siento algo en el fondo de mi alma que la conduce a la severidad. La palabra del Evangelio no ha cambiado, sino que resuena de un confín al otro del mundo y encuentra el camino de los corazones.
Peligros y dolores, prudencias y perspicacias humanas, todo debe reducirse a un cántico de amor; en una renovada y suplicante invitación dirigida a todos los hombres para que deseen y se esfuercen en instaurar el reino de Cristo:


"Reino de verdad y de vida; 
reino de santidad y de gracia;
reino de justicia, de amor y de paz".


En todo el mundo hay un fervor de obras y trabajos para construir y resanar; y para que resplandezca más viva la luz sobrenatural sobre el hombre.
De ello son prueba las reuniones y congresos internacionales de diversa temática y amplitud que ofrecen el espectáculo de un espíritu nuevo que va penetrando en el ánimo de los políticos y economistas, de los científicos y de los literatos.

Queridos hijos: Que por ello sea ejemplar la aplicación de cada uno de vosotros, de todos nosotros, para hacer penetrar y renovar en los individuos, en las familias y en la sociedad el esplendor del rostro de Jesús.

Nuestro Señor Jesucristo, al ofrecerse como víctima inmaculada y pacífica sobre el altar de la Cruz, ha traído al hombre el abrazo del Padre celestial y ha abierto los caminos del verdadero progreso que eleva y santifica las civilizaciones humanas.
Con estos sentimientos de confianza, pidiendo a Dios que disipe de los horizontes de la convivencia internacional las nubes nefastas, se derrama sobre esta reunión dominical del "Angelus" y sobre las personas queridas de cada uno de vosotros, la bendición apostólica: prenda de gracia, aliento en las penas y dificultades de la vida, augurio de gran alegría.

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