"¿Qué recibirán los buenos?... Os he dicho que estaremos a
salvo, viviremos incólumes, gozaremos la vida sin pena, sin hambre. sin sed,
sin defecto alguno, con los ojos limpios para la luz. Todo eso os he dicho y,
sin embargo, me he callado lo principal. Veremos a Dios, y ésta es tan gran
cosa, que en su comparación todo lo anterior es nada... A Dios no puede vérsele
ahora tal y como es; sin embargo, le veremos, por eso se dice que el ojo no vio
ni el oído oyó, pero lo verán los buenos, lo verán los piadosos, lo verán los
misericordiosos" (Serm. 128,11 PL 38,711).
"¿Y qué, hermanos? Si os preguntase si queréis ser felices,
si queréis vivir sanos, todos me contestaríais que desde luego. Pero una salud
y una vida cuyo fin se teme, no es vida. Eso no es vivir siempre, sino temer
continuamente. Y temer continuamente es ser atormentado sin interrupción y si
vuestro tormento es sempiterno, ¿dónde está la vida eterna? Estamos muy seguros
de que una vida, para ser feliz, necesita ser eterna; de lo contrario, no sería
feliz ni aun siquiera vida, porque, si no es eterna, si no se colma con una
saciedad perpetua, no merece el nombre ni de felicidad ni de vida... Cuando
lleguemos a aquella vida prometida al que guarde los mandamientos, habré de
decir que es eterna? ¿Habré de decir que es feliz? Me basta con decir que es
vida porque es vida, es eterna y es feliz. Y cuando la alcancemos podemos estar
seguros de que no ha de fenecer. Pues si, una vez llegados a ella, estuviéramos
inciertos sobre su futuro temeríamos, y donde hay temor hay tormento, no del
cuerpo sino de lo que es más grave, del corazón, y donde hay tormento, ¿cómo
podrá haber felicidad? Luego bien seguro es que aquella vida es eterna y no se
acabará porque viviremos en aquel reino del que se ha dicho que no tiene fin
(Lc. 1,33)" (Serm. 307,7: PL 38,1403).
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