miércoles, 25 de enero de 2012

Sin hablar por hablar (Mc 1,14-20)


Se suele decir, que cuando no hay nada de que hablar es recurrente e inocuo hablar del tiempo. No de algo o de alguien que nos interesa y nos determina, sino de algo que queda tan afuera del corazón, tan al margen de nuestras preguntas, que hablando del tiempo es hablar por hablar.

Y esto podría ocurrir incluso cuando hablamos de Dios: se comentan las lluvias y los fríos, sin que ello cambie la situación en la que para bien o para mal vivimos los comentaristas. Pero, ¿qué tiene que ver ésto con el problema de la recesión económica que nos aprieta en la cuesta-arriba-de-cada-mes? ¿qué tiene que ver con la absurda enemistad que nos lleva a ignorarnos, a odiarnos, a matarnos en tantos frentes y trincheras lejanas y cercanas? ¿qué tiene que ver con esa enfermedad ideseada o con esa muerte inesperada que cambian el rumbo de nuestra existencia y que parecen ganar el pulso a nuestra frágil esperanza? ¿qué tiene que ver todo esto con mis soledades, con todos esos come-come que me llenan de pesadumbre hasta respirar tristeza y depresión? Y así tantas preguntas, de las que tienen nombre y peso y espesor, las cuales tenían en la época de Jesús y tienen en la nuestra muy poco que ver con un hablar tontamente del tiempo.

Pero vino Jesús y paró el tiempo viejo para hacer sonar el despertador de la historia: se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios, está ya entre vosotros... convertíos y creed la Buena Noticia (Mc 1,14-15). Él ha traído la buena noticia del “¡ya está bien!”, del “¡se ha cumplido el plazo!”. Porque ha dado comienzo otra realidad: se acabaron los caínes fratricidas, las babeles pretenciosas, los becerros de oro de turno. Es posible comenzar otra historia, otro modo de ser humanos: recuperar el proyecto de Dios... estrenándolo de una vez. Y para eso vino Jesús: para mostrarlo en su Persona, para concedérnoslo con su Gracia, para acompañarlo con su Presencia y su Palabra, para recordarlo con su Iglesia.

Hace 2000 años hubo gente que escuchó este Evangelio y sin embargo siguió hablando del tiempo. Hubo otros que lo creyeron, le dieron tanto crédito que cambiaron su vida, es decir, se convirtieron. Fue un modo de escuchar esa noticia buena que se transformó en seguimiento de su Portavoz, Jesucristo, y se fueron con Él a vivir y a desvivirse por Él y los demás. El tiempo de Dios había empezado a sonar. Pequeñas pero imparables, comenzaron a sonar las campanadas de la esperanza y la alegría, de la paz y la caridad. Era la gracia de Dios hecha acontecimiento para la historia.

Nosotros podemos hablar del tiempo o acoger este Evangelio, siguiendo a Jesús, viviendo con y como Él, construyendo el Reino de Dios. Es el riesgo apasionante de nuestra libertad.
+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
Arzobispo de Oviedo
22 enero 2012
3º Domingo tiempo ordinario  (de azamadrid)

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