En algunos lugares es fácil encontrar a católicos que han perdido la idea del pecado. De ahí se deriva la desafección hacia el sacramento de la confesión y, en no pocos lugares, la costumbre de comulgar sin ninguna inquietud acerca de si uno posee o no posee las disposiciones suficientes para participar en la Mesa del Señor. Otros llevan la pérdida del sentido del pecado mucho más lejos: dejan de comulgar, se alejan poco a poco de una Iglesia que “no les sirve”, apagan en su interior todo anhelo detranscendencia al dejarse invadir por las preocupaciones del mundo.
A través de la catequesis de adultos, de lasdiversas actividades pastorales de la parroquia, de la predicación dominical, se hace urgente un esfuerzo por superar este tipo de interpretaciones equivocadas e insuficientes.
Para descubrir lo que es el pecado necesitamos reconocer que nuestra vida está íntimamente relacionada con Dios, que existimos como seres humanos desde un proyecto de amor maravilloso. Es entonces cuando nos damos cuenta de que Dios llama a cada uno de sus hijos a una vida feliz y plena en el servicio a los hermanos, y que nos pide, para ello, que vivamos los mandamientos.
Porque existe Dios, porque tiene un plan sobre nosotros, entonces sí que podemos comprender qué es el pecado, qué enorme tragedia se produce cada vez que optamos por seguir nuestros caprichos: nos apartamos del camino del amor.
Es triste haber cometido tantas faltas, haberle fallado a Dios, haber herido al prójimo. Es doloroso reconocer que hemos incumplido buenos propósitos, que hemos cedido a la sensualidad o a la soberbia, que hemos preferido el egoísmo a la justicia, que hemos buscado mil veces la propia satisfacción y no la sana alegría de quienes viven a nuestro lado. Pero la mirada puesta en Cristo, el descubrimiento de la Redención, debería sacarnos de nosotros mismos, debería llevarnos a la confianza: la misericordia es mucho más fuerte que el pecado, el perdón es la palabra decisiva de lahistoria humana, de mi vida concreta y llena de heridas.
Al mismo tiempo, si al mirar a Dios reconocemos que existe el pecado, también podemos descubrir que existe El misterio de la Cruz, de la misericordia, está presente en el sacramento de la Penitencia. Pero, de modo especial, en la Eucaristía. Allí no sólo recordamos, sino que participamos nuevamente en la entrega del Hijo al Padre, en la donación del Amor más grande, que por salvar al esclavo no dudó en entregar al Hijo, como recordamos en el solemne pregón que se canta en la Vigilia Pascual.
Con los ojos puestos en el Crucificado, que también es el Resucitado, podemos descubrir la maldad del pecado y la fuerza de la misericordia. Desde el abrazo profundo de Dios Padre nace en los corazones la fuerza queacerca al sacramento de la confesión, el arrepentimiento profundo que aparta del mal camino, la gratitud que lleva a amar mucho, porque mucho se nos ha perdonado (cf. Lc 7,37-50). Son verdades que los mismos sacerdotes necesitamos vivir en lo más profundo de nuestra alma, son verdades que necesitamos transmitir como una experiencia maravillosa a la que todos están invitados.l perdón, la misericordia,especialmente a la luz del misterio de Cristo.
P. Fernando Pascual
No hay comentarios:
Publicar un comentario