jueves, 29 de septiembre de 2011

HIMNO A JESÚS

¡Qué lejana veía tu casa,
mi dulce Maestro!

¡Qué difícil y abrupto el camino,
qué estrecho el sendero.
Y cuánta hojarasca
-remolinos locos de mis pensamientos-
llevaban mis pasos por otro camino
más fácil, ¡más lejos!

Pero yo sabía que en alguna parte
me esperabas siempre.
¡Ay Maestro bueno!
No puedo explicarme por qué esa paciencia
tuviste conmigo, ni cómo, ni cuando, ni qué fuerza hubo
que me colocara ante tu sendero.
Ante tu mirada sonriente y dulce.

¡Mi amado Maestro!
Deja que te diga lo que a todas horas
te he estado diciendo,
sin darme yo cuenta de lo que decía
con toda la fuerza de mis sentimientos.

Deja que repita lo que a cada instante
latía en mi alma,
lo que por minutos he estado viviendo.
Lo que, pese a todo, salía por encima
de las desviaciones de mis pensamientos.

Deja que lo diga, ¡que lo diga siempre!:
Jesús..., yo te quiero.

Sacado del Magnificat

No hay comentarios:

Publicar un comentario