Buenos días, Señor, te noto dentro,
transitas por mi sangre como niño
que juega junto a mí con mis juguetes.
Me gusta verte así.
Tu presencia sostiene mi sonrisa.
Eres sencillo, Dios. Sencillamente
vas tejiendo mis horas con tus hilos
de las gracias actuales.
Te encuentro al despertar. Abres mis ojos
y me llenas del alba adolescente.
La frescura del agua me recorre
como caricia de tu primavera.
Me das papel en blanco y permaneces
mirándome a los ojos, esperando
que manuscriba corazón con alas...
Por eso te suplico ser pequeño:
dejarme cobijar en el asombro
que irradia lo sencillo; sorprenderme
libando la hermosura de las rosas
o sembrando gorgojeos en el aire
con la pequeña alondra.
Quiero llegar al corazón del hombre.
Quiero que el hombre en tu querer descanse
y en tu querer alumbre su existencia...
un abrazo filial que nunca cesa.
Tomado del Magnificat, es una preciosa oración para decirle al Señor al despertarnos
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