sábado, 16 de abril de 2011

Domingo de Ramos (Papa Juan Pablo II)

Es admirable la liturgia del Domingo de Ramos, como admirables fueron también los acontecimientos de la jornada a que hace referencia.
Sobre el entisástico “hosanna” se ciernen espesas tinieblas. Las tinieblas de la Pasión que se aproxima. Cuán significativas resultan las palabras del profeta, que en esa jornada tienen su cumplimiento:

“No temas, ciudad de Sión mira que tu Rey llega montado en un borrico” (Jn 12,13; cf. Zc 9,9)

¿Puede en este día de júbilo general del pueblo a causa de la venida del Mesías, la ciudad de Sión tener motivo de temor? Por supuesto que sí. Cercano está ya el tiempo en que en labios de Jesús se cumplirán las palabras del salmista: “Dios mío, Dios Mío, ¿por qué me haz abandonado?” (Sal 21(22),2. El va a ser quien pronuncie estas mismas palabras desde lo alto de la cruz.

Para entonces, en vez del entusiasmo del pueblo que canta “hosanna”, seremos testigos de las burlas inferidas en la casa de Pilato, en el Gólgota, como proclama el salmista:

“Al verme se burlaban de mí, hacen visajes, mueven la cabeza: Acudió al Señor, que lo ponga a salvo; que lo libere si tanto lo quiere” (ibid. 8 ss.)

La liturgia de este día. Domingo de Ramos, a la vez que nos permite contemplar la entrada triunfal de Cristo en Jerusalén, nos lleva a la conclusión de su pasión. “Me taladrarán las manos y pies, y puedo contar mis huesos” Y poco después “… se reparten mi ropa, se sortean mi túnica” (Sal 21(22), 17-19) Es como si el salmista estuviese viendo con sus propios ojos los acontecimientos del Viernes Santo. Verdaderamente, en ese día ya próximo Cristo se hará obediente hasta la muerte y muerte de cruz (cf. Flp 2,8).

Sin embargo, precisamente este desenlace significa el comienzo de la exaltación. La exaltación de Cristo implica su previa humillación. El inicio y la fuente de la gloria está en la cruz.

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