Quizás en este mundo tan competitivo, en el que todos vamos demasiado deprisa y queremos hacer mil cosas a la vez, nos haga falta dedicar más tiempo a la oración.
Un rato dedicado a conversar con nuestro Señor, para contarle los problemas del día, darle gracias por todo lo que nos da y pedirle perdón por nuestros fallos continuos.
Dios quiere que oremos, "Todo cuanto orando pidiereis creed que lo recibiréis". Y si no somos escuchados es que no pedimos con insistencia: "En efecto, es necesario orar siempre y no desfallecer" (Luc 18, 1); o no pedimos lo que más conviene para nuestra salvación.
En algunas ocasiones nos parece que no nos escucha porque no nos da lo que pedimos, San Agustín dice: "Bueno es el Señor, que a menudo no nos concede lo que queremos para darnos lo que más nos favorece". Ejemplo de ello hallamos en Pablo, que tres veces pidió ser librado de un punzante tormento y no fue oído: 2 Cor 12, 8.
La oración debe ser también humilde, "Atendió la oración de los humildes"; hay verdadera humildad cuando le pedimos que Él nos ayude, ya que nosotros no podemos conseguirlo con nuetras propias fuerzas.
"Buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura". Lo cual nos enseña el Señor que se piden primeramente las cosas celestiales y después las de la tierra.
Todos debemos dedicar al Señor un rato de oración, un rato de encuentro íntimo con Él, porque si no nuestra fe se debilita y caemos en la rutina y en el desánimo.
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