Esta impresionante parábola, en que el rico disfruta y se vanagloria de sus riquezas, mientras que el pobre está en la puerta esperando un poco de comida, sigue ocurrriendo todos los días en el mundo actual y lo más lamentable es que nos hemos acostumbrado. Y todavía mucho peor es que ni siquiera los vemos, los Lázaros de hoy son invisibles para muchas personas.
Jesús no solo nos enseña que hay que luchar contra las desigualdades del mundo, también nos indica que aquí y ahora es cuando tenemos que cambiar y ayudar a nuestro prójimo, luego en la vida eterna no podremos cambiar nuestros hechos.
El Papa Pablo VI en la encíclica Populorum progressio, hablando de la lucha contra el hambre, escribió: "Se trata de construir un mundo donde todo hombre (...) pueda vivir una vida plenamente humana, (...) donde el pobre Lázaro pueda sentarse a la misma mesa que el rico" (n. 47). Las causas de las numerosas situaciones de miseria son —recuerda la encíclica—, por una parte, "las servidumbres que le vienen de la parte de los hombres" y, por otra, "una naturaleza insuficientemente dominada" (ib.). Por desgracia, ciertas poblaciones sufren por ambos factores a la vez.
Nuestra obligación como cristianos es, dentro de nuestras posibilidades, intentar ayudar a que estas diferencias cada vez sean menores. Y no solamente en el aspecto económico, también hay a nuestro lado mucha gente sola, triste, que necesita de nuestro amor.
H de Carmen
El Para Juan Pablo II afirmaba: "Una de las mayores injusticias en el mundo contemporáneo está en que unos pocos poseen mucho y muchos no poseen nada o casi nada. Todos estos que poco o nada poseen no podrán realizar plenamente su vocación humana fundamental al carecer de los bienes indispensables".
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