¿Quién no desea acertar en la
vida? Es una pregunta que se plantea no solo en el momento de escoger una
carrera o elegir un trabajo; es, sobre todo, la cuestión esencial al optar por
la forma de vida que identifique la propia historia, A veces se
hace por haber caminado de manera errada y en otros casos por tentación, cuando
se pasa alguna dificultad o crisis.
Se acercó un joven al Señor:
-«Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?» (Mc 10, 18) Es la
pregunta existencial más importante Quizá no es la preocupación más habitual
entre nosotros, por estar inmersos en los afanes de este mundo, pero en
definitiva debería ser lo que más nos importara.
Suelo afirmar, cuando acompaño a
alguien en algún discernimiento, que la opción de vida no es un proyecto, sino
una obediencia. El camino que debemos recorrer no debería responder a nuestra
imaginación o deseos, sino a la llamada recibida, a la voluntad de Dios. De
aquí lo importante que es conocer la vocación personal contrastándola con la
Palabra de Dios, los signos y acontecimientos, la mediación objetivadora, con
la ayuda de la oración y la súplica al Espíritu Santo.
Para conocer el querer de Dios
para cada uno, la lectura de hoy nos aconseja recurrir a la oración: “Supliqué,
y se me concedió la prudencia; invoqué, y vino a mí el espíritu de sabiduría”
(Sb 7,7). El salmista incide en lo mismo, y en la misma clave pide el don de la
sensatez: “Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón
sensato” (Sal 89).
Tengo la seguridad de que Dios no oculta su voluntad al que quiere llamar para sí. “Todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas” (Hbr 4, 13). Y no puede permitir que estemos vocacionados para algo que Él desee de nosotros, y no lo descubramos.
Puede suceder, que no obstante que
seamos consciente de la llamada y nos dé pereza seguirla, o estemos afectados
por otras realidades y tengamos miedo a la radicalidad. Jesús respondió a los
discípulos: -«Os aseguro que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o
padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, recibirá ahora, en este
tiempo, cien veces más-casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras,
con persecuciones- y en la edad futura, vida eterna.» (Mc 10, 18.29-30).
La razón de seguir la llamada no
debiera ser la especulación del ciento por uno. Jesús, sin embargo, conoce
nuestra naturaleza, y sabe lo que nos cuesta fiarnos de lo que no vemos. Pero
es seguro que quien se fía de Él no quedará defraudado, no solo por heredar la
vida eterna, sino en este mundo.
Atrévete a seguir a Jesús en
aquello que creas es de su agrado, aunque te cueste.
Ámgel Moreno de Buenafuente
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