No debe permitirse que el veneno del odio terrorista se infiltre por las grietas de las diferencias políticas, sociales o religiosas
Una imagen no captada por ninguna cámara es tal vez la que mejor resume la respuesta de la Iglesia a los atentados de Barcelona y Cambrils: el cardenal Juan José Omella acude a un hospital a visitar a los heridos, entre ellos a un padre musulmán y a su hijo de tres años, en estado grave. Rezan juntos y el hombre le pide al arzobispo de Barcelona su bendición para toda la familia.
En Ripoll, lugar del que procedían los terroristas, el párroco habla de otra estampa muy distinta: los musulmanes se han esfumado; ya no se los ve en las calles como antes; se sienten estigmatizados… Desde una actitud derrotista, pareciera que todo el trabajo pacientemente hecho durante años para integrar a estos nuevos vecinos se hubiera desvanecido. Desde una mirada de esperanza, lo que hay es, sin embargo, una llamada a seguir tendiendo puentes, hoy más necesarios que nunca.
Esa responsabilidad no es exclusiva de la Administración, sino que corresponde también a sociedad civil, incluidas (o particularmente a) las confesiones religiosas. Esa es la razón de ser del Pacto de Convivencia suscrito, entre otros, por el Arzobispado de Madrid, junto a los representantes ante la Administración de las comunidades musulmana, judía o evangélica, el Movimiento contra la Intolerancia o la Plataforma del Tercer Sector.
La respuesta al terrorismo obliga a presentar la realidad en términos de blanco y negro, a trazar una línea nítida e infranqueable entre los victimarios y sus víctimas. Y víctimas son los fallecidos y los heridos, pero también la sociedad contra la que los ataques van dirigidos. Y es víctima el grupo, en cierto modo secuestrado, al cual los asesinos dicen representar, ya sea una comunidad religiosa, una ideología política o un pueblo oprimido, supuesto o real. No debe permitirse que el veneno del odio terrorista se infiltre y ensanche las grietas provocadas por las divisiones políticas, sociales, culturales, religiosas… Y para ello existe solo una vacuna: acercarse al otro. Seguirá habiendo, claro está, diferencias y controversias, pero será mucho más fácil abordarlas desde la amistad y la voluntad común de construir una sociedad en paz y armonía.
Alfa y Omega
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