Sin duda que la fiesta del
Bautismo del Señor se encuadra en el tiempo de la Epifanía, por ser un relato
en el que se nos manifiesta la identidad de Aquel que, esperando en la fila de
los pecadores para recibir el bautismo de Juan, sin embargo es, en verdad, el
Hijo amado de Dios: “Jesús también se bautizó. Y, mientras oraba, se abrió el
cielo, bajó el Espíritu Santo sobre él en forma de paloma, y vino una voz del
cielo: -«Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto».” Ya desde antiguo, según el
profeta Isaías, se anunció la presencia del Mesías: “Mirad a mi siervo, a quien
sostengo; mi elegido, a quien prefiero” (Is).
En ambos textos, destacan la
predilección y el amor de Dios por quien aparece como Siervo suyo, Cordero de
Dios, Hijo amado. Esta distinción señala sin duda, a quien de manera exclusiva
nos revela la identidad divina, -“Jesucristo es la manifestación del rostro
misericordioso de Dios”-. Sin embargo por pura gracia, el ser humano recibe en
el Hijo amado, la dignidad de ser también, en Él, amado de Dios.
San Pablo nos llega a decir: “Como
elegidos de Dios, santos y amados, vestíos de la misericordia entrañable,
bondad, humildad, dulzura, comprensión…” (Col 3, 12). En esta experiencia, el
creyente encuentra la razón para su entrega, como aconteció en los tiempos de
Juan el Bautista. “Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza
del Espíritu Santo” (Hch).
El bautismo es el sacramento que nos introduce en la corriente del amor de Dios. Gracias al bautismo, somos hijos de Dios, por adopción, y no es pretencioso sentirnos amados por Él.
El bautismo es el sacramento que nos introduce en la corriente del amor de Dios. Gracias al bautismo, somos hijos de Dios, por adopción, y no es pretencioso sentirnos amados por Él.
Cuando uno siente que le ama otra
persona, se mueve a reciprocidad. Quizá hemos reducido el bautismo a un rito,
más que a una acogida del ofrecimiento que nos hace Jesucristo de unirnos a Él,
de hacernos miembros de su familia, y así poder invocar a Dios como Él lo hizo:
“Padre”, entrar en comunión con los méritos de todos los santos, convertirnos
en piedras vivas de la Iglesia, poder celebrar la certeza de estar habitados
por el Espíritu divino, y de alimentarnos con el Pan de la Eucaristía y la Copa
de Salvación.
Una posibilidad actual de reavivar
el bautismo es celebrar la misericordia del Señor. Precisamente, este Año de la
Misericordia, el papa Francisco ha abierto las puertas del perdón, de los
tesoros de gracia acumulados en la Iglesia por los méritos de Jesucristo y de
todos los santos.
Tenemos la posibilidad de renacer
por el agua y el Espíritu, por la entrañable misericordia de nuestro Dios. No
dejes pasar la oportunidad de la gracia.
Ángel Moreno de Buenafuente
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